Hay mañana en las que no amanece
nunca. Después de luchar contra el catre del madelman explorador y
todas las existencias de mantas disponibles, uno se entrega al Señor y se queda dormido. Lástima que sea justo antes de que el guarda empiece a barrer todo el patio de la oficina de nuestros anfittiones y los gallos de toda Machaila empiecen a cantar. Los escasos grados en la noche estrellada no son impedimento para empezar a funcionar antes de que salga el sol.
Té y galletas, y a correr, Gildo nos en volandas por la maleza cubierta de polvo, a veces tupida y espesa. Empiezan las pesquisas, la comunidad nos espera bajo un árbol y empezamos a hablar de lo humano y de lo divino. El changana no tiene secretos para nosotros, gracias a los oficios de nuestros colegas mozambicanos y de Gildo, que ocultaba su faceta de traductor entre los papeles de la guantera.
- Maaaaaati! El problema es el agua, y aquí los colegas se equivocan poniéndonos cooperativas de carpinteros y dándonos semillas para plantar, no tenemos agua -reiteran las autoridades locales en la segunda comunidad a la que llegamos-. ¿Cómo vamos a hablar de higiene si no tenemos con qué lavarnos?
Pues también es verdad. Se nos acaban las galletas (Agua e Sal, el orgullo del colmado local), pero ya estamos de vuelta al campamento base, pasando por la escuela de otra comunidad para que nos hagan la demostración de rigor. Ducha a golpes de balde viendo poner el sol por un extremo de Machaila, como hubiera hecho Sergio Leone en cualquiera de sus westerns. Vuelta hasta la escuela y ya tenemos la noche estrellada de nuevo aquí.
Buenas tardes o buenas noches, el edén solitarios nos ha hecho perder la noción del tiempo.
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