lunes, 16 de febrero de 2015

La invitación de Mónica Bernuy espera tu respuesta

 
 
A Mónica Bernuy le gustaría conectar en LinkedIn. ¿Cómo te gustaría responder?
Mónica Bernuy
Mónica Bernuy
Arquitectura y Dirección de arte
Confirma que conoces a Mónica
Has recibido una invitación a conectar. LinkedIn utilizará tu dirección de correo electrónico para enviar sugerencias a nuestros miembros en funcionalidades como Gente que podrías conocer. Date de baja
Si necesitas ayuda o tienes alguna pregunta, ponte en contacto con el Servicio de atención al cliente de LinkedIn.

lunes, 9 de febrero de 2015

La invitación de Mónica Bernuy espera tu respuesta

 
 
A Mónica Bernuy le gustaría conectar en LinkedIn. ¿Cómo te gustaría responder?
Mónica Bernuy
Mónica Bernuy
Arquitectura y Dirección de arte
Confirma que conoces a Mónica
Has recibido una invitación a conectar. LinkedIn utilizará tu dirección de correo electrónico para enviar sugerencias a nuestros miembros en funcionalidades como Gente que podrías conocer. Date de baja
Si necesitas ayuda o tienes alguna pregunta, ponte en contacto con el Servicio de atención al cliente de LinkedIn.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Me gustaría añadirte a mi red profesional en LinkedIn

 
Mónica Bernuy quisiera mantener el contacto en LinkedIn.
Hola, Blog:
Me gustaría añadirte a mi red profesional en LinkedIn.
Mónica
Confirma que conoces a Mónica
Mónica Bernuy
Arquitectura y Dirección de arte
Barcelona y alrededores, España
Has recibido una invitación a conectar. LinkedIn utilizará tu dirección de correo electrónico para enviar sugerencias a nuestros miembros en funcionalidades como Gente que podrías conocer. Date de baja
Este mensaje de correo electrónico estaba dirigido a Blog topanich. Averigua por qué incluimos esto.
Si necesitas ayuda o tienes alguna pregunta, ponte en contacto con el Servicio de atención al cliente de LinkedIn.

jueves, 4 de diciembre de 2014

El centinela del atardecer

El centinela sube, como cada tarde, hasta lo alto de la loma que domina su balsa de arena. Enciende su Iphone de mentira, comprado en cualquiera de las veinte tiendas con chinas con permanente detrás del mostrador, y acciona su selección musical preferida. A lo lejos, en el páramo más yermo que Marte, aterrizan aviones cargados de turistas internacionales, preparados para beber cervezas internacionales hasta reventar, comer cocina internacional, en un ambiente de nivel internacional. Está bien, la patria le llamó para guardar aquel radar con forma de pelota de fútbol a sus espaldas, que probablemente deja de funcionar cada vez que se va la luz en la ciudad. ¿Qué más da? Ya sólo quedan 203 canciones hasta que venga el próximo turno, esto está hecho. Lo importante es que los turistas internacionales sigan viniendo, a bañarse en las aguas turquesas de las postales que vende la china en su tienda. Y para eso el radar tiene que estar a salvo de los peligros que acechan por todo ese llano.
A veces, cuando nadie le ve, el centinela baila. Mueve su fusil y su boina calada, y piensa que no se está tan mal allí arriba, viendo su isla perdida en el océano, contando aviones, adivinando si son Boeing o Airbus, si vienen de Holanda o de Francia. ¿Quién jugará en aquel campo de fútbol que se ve por allí?¿Qué mares surcarán aquellos barcos fondeados en la bahía a poniente?¿Habrá tan buena vista como aquí en aquellas lomas desnudas del norte?¿Cuántas vueltas darán esta noche las aspas de los molinos de Ponta Preta en el sur?
En la plaza, un vientecillo sopla mientras los niños juegan entre las sombras del último apagón. Un grogue, una conversación en las esquinas de adoquines invisibles. Llega el autobús del complejo hotelero que tanta prosperidad nos trajo, y un cargamento de camareros con una placa dorada con su nombre en el pecho, baja del vehículo buscando su casa. Mañana más turistas con gustos internacionales que atender, hay que descansar para atenderlos bien, que nos sigan trayendo dinero para hacer que el agua del mar se pueda beber, y no nos ahoguemos en esta piragua lunar.

Hola, turistas. Adiós, turistas. El atardecer sigue ahí, bien guardado desde las alturas.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Juan, un restaurador en el exilio

Juan nos identifica rápidamente, nada más apartar con el machete a los vendedores de recuerdos caboverdianos importados desde Senegal que se han instalado en la plaza. Después de ocho años regentando el bar de paredes de troncos y techo de paja, sirviendo atún y peixe serra día sí y día también a los turistas que llegan hasta la antigua capital del archipiélago, ha desarrollado un sexto sentido para detectar a sus compatriotas.

- Así que este se queda trabajando y ustedes se van para para la península. No se preocupe usted, señora, que se lo vamos a cuidar bien.

Cuando acaba de pelearse con las cocineras y camareras, siempre en perfecto español porque a su edad no tiene sentido aprender portugués y menos el criollo, se abre una Mahou, como para recordar otros tiempos, y se sienta con los españoles rezagados por el mundo, a ver qué noticias le traen a aquel canario que cambió de islas tiempo atrás.

- ¿Para qué coño quiero yo ocho kilos de pulpo?

Es muy pesado tener que estar peleando cada día con los indígenas, sobre todos los pescadores que le llevan la materia prima, obstinados como están en no aprender la lengua del imperio. Y eso que el castillo de arriba de la montaña se hizo a pachas con Portugal, cuando sí que éramos una, grande y libre. ¡Qué tiempos! Por ahí llega el señor de la camiseta de polo con la bandera española y las sandalias con cintas rojigualdas, otro exiliado. Como el grupo de valientes marineros de nuestra gloriosa Armada, de paseo por estas costas, o la feliz pareja gallega con su guía para recién casados mochileros. Todos conocen a Juan y a su pequeña embajada-chill out embarrancada en la playa, siempre con su hilo musical de grandes éxitos del pop internacional interpretados con la flauta de pan andina.

De fondo, unos niños jugando a la pelota, zambulliéndose en el agua, un barco que llega despacio a la arena, con más pulpo todavía para Juan, unas palmeras escondiendo glorias pasadas de rutas hacia otras tierras. La tarde se pierde tranquilamente en el horizonte, exiliados un día más en el Trópico.