martes, 19 de marzo de 2013

Inmersión jurásica

Alto. Tiempo. Nos merecemos un descanso, es sábado, también en el far-west. Averiguamos cuál es el atractivo turístico más cercano al Coca, negociamos con un flamante taxi 4x4 (que igual nos toma el pelo) y para allá nos vamos. Con nuestro bañador en la mochila de las excursiones, nos presentamos en la puerta del parque jurásico local. Una enorme puerta, jalonada con dos torres inspiradas en la arquitectura indígena popular, nos da la bienvenida. Nos adentramos en el bosque antediluvianos, apocados por las dimensiones de la floresta.

La comunidad ha instalado un emprendimiento de turismo, de esos donde no hay carta porque sólo hay un plato y una bebida. Al fondo está la casacada, solitaria, donde nos sumergimos. Aceptamos espuma de materia orgánica de la selva flotando en la superficie en la amplia definición de aguas prístinas, después de haber removido toneladas de chapapote no nos vamos a poner finos. Por supuesto, justo cuando nos metemos en el agua, llega toda la barra local, con sus meriendas, que despliegan al lado del cartel que reza "Prohibido bajas comida a la cascada".

Una vez refrescados, disfrutamos esa tilapia sudadita, que no es otra cosa que pescado al papillot, versión local. Nos abstraemos del sonido ronco y continuo del generador eléctrico a diesel, que tampoco se siente interpelado por el cartel de "No hagan ruido, disfruten de la tranquilidad de la naturaleza" que hay justo a la entrada. Decidimos volver, deshaciendo el camino de ripio.

En el cruce con la carretera, donde se supone que tenemos que tomar el bus que nos devuelva al Coca, nos encontramos a una paisana que nos informa sobre la situación logística:

- El próximo pasa a las 17.00h. Pero se pueden venir en taxi conmigo.

Nos ponemos en mode paciencia, esperando ese taxi. Al rato viene, como una aparición mariana, y subimos a él justo antes de que se reanude el diluvio del día anterior. Nos da tiempo de llegar a la ciudad y abordar la última entrevista, desde el puente viejo y a golpe de cumbia, gracias al festival folclórico con el que el Coca parece querer decirnos adiós.

Mañana volvemos a la capital, con una buena colección de imágenes y palabras en la maleta.

lunes, 18 de marzo de 2013

Chapapote on my mind

El rodaje se acerca a su fin. Hoy, cita con el chapapote amazónico. Quizás debiéramos decir monzónico, porque a las primeras de cambio el cielo cae sobre nosotros. Nos adentramos en la espesura selvática, luchando contra el barro y nuestra botas de hule, que se quedan clavadas a cada paso. Se huele la epopeya, avanzamos difícilmente, las lianas nos miran mal y recibimos ataques de todo tipo de pinchos e insectos.
Por fin llegamos al punto donde meses atrás se produjo el derrame de crudo:

-¿Sienten el olor? Lástima que el tufo a petróleo no se pueda filmar. Desafortunadamente, toda esta agua ya se ha encargado de limpiar, aunque aún quedan restos.

Efectivamente, ya sólo se ven ligeramente los restos del crimen, pero el cadáver ha sido levantado y a penas quedan evidencias. Los cámaras luchan contra la lluvia y se revuelven en sus chubasqueros para no perder el equipo en esta última batalla.
De regreso, aprovechamos uno de esos mecheros que calientan la inmensidad para secar algo nuestra ropa, y continuamos camino adelante. Una sopa de gallina criolla nos espera en casa de la mamá doña Ovidia, nuestro sherpa en esta travesía, impasible a la lluvia y a los toboganes de lodo.
Más adelante, la seguridad petrolera no pierde el tiempo y nos expulsa del medio de la carretera, no vaya a ser que filmemos demasiado los tubos que conducen el petróleo y se rompan. Y para acabar el toxitour, Don Aveiga nos cuenta en su finca qué pasa cuando durante 19 años riegan con petróleo tu finca. Ahora tiene una fuente por donde mana un chapapote, que sólo le sirve para que cada vez le duela la cabeza más a él y a su familia, además de acabar con todas sus gallinas.

Cuando alguien les ofrezca 8 dólares por explotar veinte años su finca sacando petróleo, desconfíe. Probablemente no sea trigo limpio, ni lo vaya a limpiar nunca.

sábado, 16 de marzo de 2013

¡Hágase la luz!

Con la grata compañía de nuestro querido aspirante a asambleísta, abordamos la deslizadora rumbo a las comunidades, río abajo. Una hora de derrapes, troncos desafiantes, gabarras multicolores acarreando camiones y ensenadas escondidas bajo las aguas del río Napo, y llegamos a Indillama. Allí dejamos los equipos eléctricos que faltan para culminar la buena obra del día: llevar la luz a la escuelita para que los cachorros aprendan computación. No va a ser el último grito en la materia, porque las computadoras hace tres años que esperan a que les llegue un amperio que echarse a la conexión, pero algo es algo.

Mientras el comando chispas acaba los últimos detalles, nos deleitamos con un viaje por las comunidades aledañas, donde visitamos los proyectos de turismo comunitario:

- ¿Y cómo se vive mejor, compañero, con el turismo o con la agricultura?

Pregunta absurda de documental de National Geographic o, pero aún, de Españoles por el Mundo. La tiendita de artesanías va viento en popa y los turistas vienen en masa desde allende los mares a ver cómo bailan danzas olvidadas o los guacamayos devorar la sal de las montañas. En el poblado, observamos las evoluciones del equipo local de balompié, en la liga escolar. Hay que mejorar ahí, habrá que pensar en algún proyecto de cooperación deportiva con algún equipo de barrio de por allí.

De vuelta, Dani nos espera, con su tubo eléctrico corrugado por diadema, como si fuera un rito de fertilidad voltaica. Ducho en las artes del coco, nos pela unos cuantos ejemplares para saciar nuestra sed y engañar nuestro estómago, hasta que lleguemos al Coca.

- ¿Nos vamos? - dice nuestro protoasambleista-
- No, antes hay que filmar cómo se enciende la luz.

Afortunadamente, la escena de la bombilla iluminando nos hace comprobar que la instalación estaba defectuosas y puede ser enmendado el fallo antes de partir. El séptimo arte ha vuelto a evitar una misión topanista de la cooperación.

Mañana, toxitour: un viaje al reino del chapapote amazónico y sus efectos.

viernes, 15 de marzo de 2013

¿Me das fuego?

La próxima vez que apague usted la bombona de butano en su casa durante el rigurso invierno boreals, en un sacrificado acto de ahorro energético, acuérdese de los mecheros petroleros en el Coca. Quema y queman durante horas, emitiendo rugidos antediluvianos, como los gases con los que se alimentan. Si gusta, puede hacerse una barbacoa o acabar de derretirse juntando su efecto con el del sol ecuatorial, que deja ya en nosotros un moreno paleta perfectamente perfilado por nuestras camisetas.

Los testimonios y los detectores de nuestros monitoreadores, uniformados de riguroso jean de tupido algodón, confirman los peligros de tener un pequeño averno de esta calaña al lado de casa, como lo sufren los habitantes de estos pagos. O un pasivo ambiental, que traducido a lengua romance significa algo así como "la cantidad de mierda que nos dejó enterrada la última empresa que estuvo por aquí". Así nos lo confirma una transeúnte que pasea entre mecheros y pasivos con su pamela y su perrito, comiéndose una guayaba, y que toda decidida nos toma de la mano hasta el interior del campo petrolero.¿Quién teme a guardias y carteles con este panorama?

Mañana, viaje al corazón de la selva, a descubrir las bondades de la energía renovable.


miércoles, 13 de marzo de 2013

Mi reino por un batido

- Nuestra querida alcaldesa les va a recibir.

Dejamos atrás la sala de espera, donde la población espera pancientemente su turno, gracias a las maravilla tecnológica del aire acondicionado a 15 grados y deleitándose con las hazañas de Messi en el Nou Camp. El despacho de nuestra edil preferida es un hervidero: todo el mundo rinde pleitesía a la lideresa, familia lejana de Carmen Sevilla, quien se afana en multiplicar los panes y los peces ante dos grandes insignias patrias de terciopelo decimonónico repletas de armaduras toledanas, y la atenta mirada del conquistador y descubridor de la Amazonía.

- Háganme el favor de dejar espacio, me tienen que hacer una entrevista y todavía no he desayunado ni almorzado.

El licenciado llega raudo con un delicioso batido que la hace revivir, para seguir dictando justicia e intercediendo por un pueblo que sigue allí sentado, impasible y dotado de una paciencia infinita, casi tiritando de frío, observando cómo de bien se desenvuelve con los medios topanistas:

- Yo estoy muy agracedida por todo lo que ha hecho Solidaridad Internacional con nosotros.
- Podría volver a repetirlo todo, es que nosotros venimos de parte de Ingeniería Sin Fronteras. 

¡Detalles sin importancia, pardiez!, diría Don Francisco de Orellana, atrapado en su retrato, mirando el río que descubrió y la ciudad a la que dio nombre. Luego y ante ese mismo río, nos deleitamos con un jugo tropical, una pequeña obra de arte absorbida por los 100 decibelios de cumbia que hay que resistir en el pequeño rincón romántico que nos regala la villa.

La obra avanza, la nave va. Como Don Francisco, bajando el río para ganar la mar océana, sorteando las planificaciones y los discursos políticos eternamente agracedicos con la labor pastoral de nuestra querida ONG. Media de lomo con compañía de la buena y un mojito en el mismo rincón, algo más tranquilo, para cerrar un día productivo.

Mañana, a ver el oro negro.

Zoo ecuatorial

La expedición topanista en busca de Eldorado petrolero, ya está en marcha. Alojados en el insigne Hotel San Fermín, justo frente al Banco de Pichincha, donde la gente hace cola desde las siete de la mañana para pagar sus recibos de todo tipo, no tiene pérdida en esta réplica del lejano oeste, versión amazónica.
Nuestra agenda de visita y entrevistas está lista:

- Hagamos la entrevista esta tarde mientras les acompaño al zoológico, antes de que la Sra. Alcaldesa vuelva de Quito.

El licenciado no consta en la tripulación del pick-up que viene a buscarnos horas después, se ha cruzado en nuestro camino una llamada del Alto Mando. Los planes y los cronogramas empiezan a torcerse. Pero para eso estamos, para adaptarnos a ellos, como la selva se come los desastres humanos.

- Cuando mi mamá era pequeña, el Coca era todo agua, hasta la rodilla. Los indios Waorani salían con lanzas al otro lado del río a recibir a los que se adentraban en las profundidades de la jungla.

Nuestro zootécnico de cabecera nos enseña el zoológico-residencia de animales inválidos, con su repertorio de chistes no aptos para mayores de edad. Podríamos haber traído a la prole de haberlo sabido.

Paseo por los arrabales arrebatados a la naturaleza y hechos civilización de dudoso gusto, una hamburguesa sencilla con una Pilsener, y poca cosa más. Somos presa fácil del jet-lag y nos entregamos a los brazos de Morfeo sin fuerzas siquiera para escribir esta crónica.

Taxi al Amazonas

Cuando Nelson llegó al nuevo aeropuerto de Quito, pensaba que aquellos dos eran los últimos pasajeros que llevaría en su taxi antes de irse a su casa. No se habían bajado del vehículo, cuando tres exaltados con mochilas de la tribu Quechua le asaltaron en medio de la calzada:

- ¿Cuánto nos cobra por ir de vuelta a Quito?

No tuvo que regatear, les enseñó las tarifas emplasticadas que guardaba en la visera, y se montaron con cara de resignación o de turista entregado a la evidencia.
Algunos kilómetros más allá, alguien hizo la pregunta-chiste de rigor, una vez se había pasado el cabreo monumental por haber comprado el billete al revés (es decir, de Coca a Quito y no de Quito a Coca, un detalle sin importancia) y no poder coger el vuelo:
 
- ¿Porque, Nelson, cúanto cuesta ir a Coca en taxi?

Los intrépidos viajeros hicieron algunas sumas y divisiones en su cabeza. De repente, pudieron saborear el sabor de la aventura en sus labios:

- Pare aquí y lo pensamos. Bueno, lo primero es si tú quieres llevarnos.
- El problema es que no conozco el camino. Quizás en aquella gasolinera me digan cómo llegar.

Cinco horas por delante y un croquis garabateado sobre la papelera de una estación de servicio, no se necesita más para llegar al corazón de la Amazonía ecuatoriana. Como en un remake de "La Quinta del Porro", Nelson y aquellos viajeros topanistas se dispusieron a atacar la impenetrable selva desde las cumbres andinas. Un volcán nevado al fondo acabó de poner la estampa de leyenda para una nueva tribulación de Laslo Topanich y los seguidores de la religión verdadera.

Pronto supieron que innumerables riesgos les acechaban en el camino:

- En realidad llevo despierto desde las 5 de la mañana, yo ya me iba a descansar -dijo Nelson dando los primeros síntomas de agotamiento-. En realidad es la primera vez que salgo de Quito, yo soy de provincia, ¿saben?

Terror entre las filas topanistas. Una trucha frita, en la parada camionera de Baeza, recompuso a la comitiva, Nelson pareció coger nuevos bríos a los mandos de su Toyota amarillo New York.

-¿Ese ruído? Se acabaron las pastillas de freno, creo.

De ahí hasta el final fue un duermevela, una lucha contra el sueño y las ansias de Nelson de batir el récord de su pueblo en el rally Quito-Coca-Quito.

Por fin, el Coca apareció tras un cartel en la noche, y sus amplia avenida del far-west, jalonada de policías tumbados que Nelson insistía en tomar comerse a 100 Km/h.

¿Volvió Nelson a tiempo para servir el desayuno en su casa y devolverle el taxi a su cuñado? Nunca lo sabrán nuestros queridos viajeros. Cayeron rendidos, soñando con su cuentaquilómetros, casi olvidado ya el Quito colonial de una tarde de granizo.