jueves, 4 de diciembre de 2014

El centinela del atardecer

El centinela sube, como cada tarde, hasta lo alto de la loma que domina su balsa de arena. Enciende su Iphone de mentira, comprado en cualquiera de las veinte tiendas con chinas con permanente detrás del mostrador, y acciona su selección musical preferida. A lo lejos, en el páramo más yermo que Marte, aterrizan aviones cargados de turistas internacionales, preparados para beber cervezas internacionales hasta reventar, comer cocina internacional, en un ambiente de nivel internacional. Está bien, la patria le llamó para guardar aquel radar con forma de pelota de fútbol a sus espaldas, que probablemente deja de funcionar cada vez que se va la luz en la ciudad. ¿Qué más da? Ya sólo quedan 203 canciones hasta que venga el próximo turno, esto está hecho. Lo importante es que los turistas internacionales sigan viniendo, a bañarse en las aguas turquesas de las postales que vende la china en su tienda. Y para eso el radar tiene que estar a salvo de los peligros que acechan por todo ese llano.
A veces, cuando nadie le ve, el centinela baila. Mueve su fusil y su boina calada, y piensa que no se está tan mal allí arriba, viendo su isla perdida en el océano, contando aviones, adivinando si son Boeing o Airbus, si vienen de Holanda o de Francia. ¿Quién jugará en aquel campo de fútbol que se ve por allí?¿Qué mares surcarán aquellos barcos fondeados en la bahía a poniente?¿Habrá tan buena vista como aquí en aquellas lomas desnudas del norte?¿Cuántas vueltas darán esta noche las aspas de los molinos de Ponta Preta en el sur?
En la plaza, un vientecillo sopla mientras los niños juegan entre las sombras del último apagón. Un grogue, una conversación en las esquinas de adoquines invisibles. Llega el autobús del complejo hotelero que tanta prosperidad nos trajo, y un cargamento de camareros con una placa dorada con su nombre en el pecho, baja del vehículo buscando su casa. Mañana más turistas con gustos internacionales que atender, hay que descansar para atenderlos bien, que nos sigan trayendo dinero para hacer que el agua del mar se pueda beber, y no nos ahoguemos en esta piragua lunar.

Hola, turistas. Adiós, turistas. El atardecer sigue ahí, bien guardado desde las alturas.