martes, 31 de diciembre de 2013

Siempre nos quedará Casablanca

Casablanca deja atrás su efímero pasado Art Déco, lleno de almacenes de tratantes de telas, oficinas de agentes comerciales y despachos portuarios, y se pierde por la gran explanada mirando al mar. Alzad la vista y contemplad la gloria del Profeta, apuntando hacia Occidente en su altar ganado al océano. 500 millones de dólares os contemplan desafiantes, rodeados de los arrabales de la medina en la que Rick juraba que siempre les quedaría París.
Mientras se pone el sol, turistas y lugareños pasean por la parte de los millones que se puede transitar sin pagar peaje adicional. El resto, con sus quilómetros cuadrados de moqueta roja y toda su decoración, se puede visitar si se logra dar con la puerta de entrada. El presupuesto se acabó justo antes de encargar la señalética, para desgracia de los visitantes de Casablanca.
Paseo delicioso por la urbe, sobremesa alargada al calor de la tarde oceánica y del despiste del camarero, que nos traer los cuatro platos por etapas. A la vuelta de la Gran Mezquita que levantó nuestro hermano Hassan II, escenas de fútbol rontondístico, donde se forjan las futuras estrellas del balompié.

El tren nos deja de nuevo en la estación de Rabat Ville, y al poco nos despedimos de la gastronomía local con una suculenta harira en nuestro lugar ya habitual. Mañana, maletas y a casa.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Tarde en el museo

Catón contempla la fina lluvia que limpia Rabat. Desde su pedestal en el museo arqueológico, el mejor dotado del reino, posa para un puñado de turistas, hastiados por el suave frío invernal del Atlántico africano. Nada que hacer en la ciudad, salvo perderse en las pequeñas salas déco y contemplar astrolabios con gloriosas singladuras a sus espaldas, o puntas de sílex halladas en olvidadas necrópolis del cercano Sáhara. Todo diligentemente indicado y clasificado con etiquetas pegadas con celo al poliespán que da forma a cada conjunto. Autarquía museística a la quinta potencia, pero museo al fin y al cabo, con sus mapas de corcho y fronteras de rotulador Carioca, con sus islas torcidas por el paso del tiempo y su manchas de humedad de tantas tardes lluvia como esta. Con lo que pasaron bajo el sol del desierto, a las piezas de este ecléctico y a veces sin sentido homenaje al pasado glorioso de la patria, su nueva casa les parece el paraíso. Podrían pasar otra glaciación guarecidas allí, soportando amablemente grupos escolares y funcionarios con pretensiones más elevadas.
Nosotros nos conformamos con haber encontrado cerveza en la ciudad, y haber regado con ella un excelente tagine de pollo en el restaurante del Balima, que nos transporta a tantos otros comedores soviético-africanos.
La tarde acaba ante el fuego del hogar, escribiendo y disfrutando de nuestra propia compañía. Mañana nos espera Casablanca.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Tarde imperial


No hay viaje que se precie que no contengan una etapa ferroviaria. Allá vamos, puntuales en la estación para pelearnos con la máquina dispensadora de billetes para Meknès. Por suerte, un diligente funcionario sin gorra de plato nos ayuda a descifrar el mecanismo para conseguir nuestros pasajes, sin tener que seguir la cola que rodea el hall para obtenerlos en taquilla, como manda Alá.
Nos instalamos en segunda clase y después de dormitar brevemente, aparecemos en la ciudad imperial. Todo parece indicar que esta vez es mejor tomar algún tipo de vehículo para llegar de la estación a la medina, si es que queremos completar nuestro recorrido en un día y no tener que probar la oferta hotelera local. Después de algunas pesquisas y de dar el alto a taxis repletos hasta la bandera, el número 3 nos lleva casi hasta la gran plaza. Es hora de comer, nos deshacemos hábilmente de camareros armados con cartas plastificadas que se avalanzan sobre nosotros, y nos decidimos por el único que no nos da la chapa. Buena elección, tres platos que parecen iguales pero que se identifican con nombres diferentes, misterios de la gastronomía local.
De ahí al museo Dar Jair, espectacular edificio que da cuenta de lo reducido del presupuesto nacional en lo que a restauración y conservación de las Bellas Artes se refiere. Un amable funcionario, que nos aclara que no quiere bronca y que todo tranquilo al enseñarnos la primera tienda de artesanías locales, nos deja en otra no menos espectacular madraza, con grupo de italianos incluido por el mismo precio.
Sólo a nosotros (y a nuestros amigos italianos) se les ocurre darse una vuelta por los callejones de un zoco con todas sus tiendas cerradas. Nos conformamos pensando que es una visión alternativa y que así lo hemos visto más rápido, imaginación no nos falta.

De vuelta a la plaza, nos deleitamos con las estampas de mil personajes envueltos en la luz del atardecer de un océano no tan lejano, esperando a retratar cansados corceles con niños a sus lomos, contando cuentos a un corrillo de divertidos transeúntes, encantando serpientes, sacando brillo a sus baratijas, limpiando zapatos hasta desgastarlos.
Un paseo por la avenida nos devuelve a la estación, sorprendidos por el trajín nocturno al acabarse la oración del viernes. Con algo de retraso, un tren de camarotes, con viajeros somnolientos y escondidos entre decenas de paquetes, nos devuelve al hogar.

¡A mí la guardia!

Después de la tempestad viene la calma y el cielo de Rabat se abre para nosotros, ya está bien de tanta modernidad pasada por agua. Decidimos darle otra vuelta a nuestra anfitriona, tomamos el tranvía y cruzamos el río, buscando Salé. Franqueamos la gran muralla y paseamos por la medina, visitando su madraza y contemplando sus mezquitas. Cuando el hambre llama a nuestro estómago, logramos dar con un lugar entre la escasa oferta culinaria de la ciudad, comparada con su vecina de la otra orilla.
Volvemos a la estación de tranvía, que esta vez si funciona de vuelta. Como venganza, decidimos deshacer el camino andando hasta nuestro segundo objetivo del día, la Torre Hassan y el Mausoleo del Mohammed V.

Ahí está la Guardia Real, a lomos de sus jalmegos, ojo avizor ante los innumerables peligros que acechan alrededor de la tumba del rey exiliado, fundador de la patria, mente preclara e insigne guía. No iban a dejar a sólo a un guardia, ¿con quién iba a hablar?¿Con su caballo? Así que ponen dos, para hacerse compañía, aunque lo único que tengan que hacer sea quitarse de encima las moscas con delicados soplidos, para no salir movidos en las fotos con las que los turistas los acribilan y les recuerdan su condición de figurantes dentro de la escena monumental. Dos en la puerta Norte, dos en la puerta Sur, y porque no hay más puertas. Si tienes recomendación, puede ser que acabes haciendo la guardia de pie, en la puerta del mausoleo, donde al menos puedes hablar con la policía secreta, discretamente identificables por su sombrero maceta roja, como el que llevaba el amigo de Humphrey en Casablanca, el que le vende los salvoconductos para Víctor Laszlo y señora. En fin, conexiones e historia cíclicas del topanismo, porque hay pocas dedicaciones topanistas en esta vida como guardar una tumba.

Por la noche, damos con la mejor harira de la ciudad, a pocos pasos de nuestra guarida. Mientras nos deleitamos con ella, ya pensamos en nuestra excursión de mañana a Meknès.

jueves, 26 de diciembre de 2013

El jardinero infiel


Todo el mundo sabe que Marruecos ansía formar parte del mundo civilizado y pone todo su empeño en que así sea muy pronto. Sólo hay que ver ese maravilloso tranvía en Rabat, faro de la modernidad en nuestros días. Todo sacrificio es poco, así que si Europa está de ciclogénesis explosiva, el viejo sultanato no va a ser menos.
El día de Navidad el país se une a la comunidad de naciones afectadas por la tempestad, como queriéndose igualarse a sus vecinas del norte. La actividad nocturna ha dejado numerosas bajas en el mobiliario de la terrada, con un tresillo desarbolado y una pata de la jaima colgando en el vacío. Tras un rápido estudio de la situación, decidimos que el conjunto se mantiene estable y que será mejor intervenir cuando amaine la borrasca. Así que sólo nos queda acudir a Chez Ouazzani a deleitarnos con un tagine y celebrar como es debido tan señalada efeméride.
A la vuelta, breve excursión y café en la Biblioteca Nacional. Ya en la estación del tranvía, de vuelta al hogar, la amable voz que sale de la megafonía nos comunica que el servicio se irá restableciendo progresivamente. El progresivamente supera en Marruecos los veinte minutos, por lo menos damos fe hasta ese punto, momento en el cual nos decidimos a dejar de esperar y asaltar un taxi. Tras diez minutos bajo la lluvia, podemos entrar en un vehículo, cuyo conductor nos explica que necesitamos un 'grand-taxi', al ser más de tres.
Detenemos el primer Mercedes de apoderado taurino, color blanco, que vemos llegar por la avenida convertida en río, y con algunas indicaciones logramos dar con nuestra casa en la ciudad. Parece que la tempestad amaina, incluso comprobamos que alguien se ha tomado la molestia de plegar el tenderete en la terraza.
El problema viene cuando alguien decide meter la llave que no toca en la cerradura de casa, para hacer no se sabe qué, y esta se queda clavada. Ni para adelante ni para detrás, atrapados en casa. De repente, tras una hora poniendo a prueba nuestros conocimientos de cerrajería, pensamos en el alma caritativa que ha resuelto desaguisado de la azotea. Una llamada a la Península y en breves minutos, Abdul se encuentra encaramado en nuestra ventada. Nuestro jardinero de Marrakech, infiel él, se lía a hostias con la cerradura, una vez ha degollado la llave incrustrada, retorciéndole el pescuezo con las tenazas. Después de hablar con los expertos en el barrio, gastando su llamada comodín, consigue vencer el último obstáculo y abrise paso.
Un trabajo fino, vamos, que nos permite sin embargo respirar tranquilos.

El jardinero infiel nos ha salvado, mañana seguiremos con la visita a Rabat, si como parece al tempestad ha amainado.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Surfing Rabat

Ahmed coge su tabla y procurando no dar ningún sopapo a nadie con la popa, atraviesa la Medina de Rabat. Pasa por delante del Libération y saluda a los turistas que se deleitan con el festival del cus-cus. Esquiva a los que se entretienen entre alfombras, babuchas y montañas de teteras chinas de hojalata plateada. Sale al fin de la medina y saluda a las tatuadoras de jena, al acecho de las turistas despistadas, con sus jeringuillas de yonkis de Bellvitge cargadas con mejunge suficiente como para escribir el Corán cuatro veces, o echar el mal de ojo hasta la eternidad si no reciben el impuesto turístico-revolucionario que dispone la tradición.
Ahmed no sabe que una ciclogénesis explosiva devasta en esos mismo instantes la vieja Europa, se lanza sobre su trozo de fibra de vidrio y nada contra las olas, a un lado Rabat, al otro Salé, y a su frente el mar océano. Marruecos no se acaba ahí, hay tablas para seguir. Viajeros y viandantes le miran absortos desde el rompeolas, enfundado en su neopreno remendado, y sinten algo más de frío cada vez que sortea una ola.

De vuelta del rompeolas, hacemos nuestras compras para honrar la Nochebuena. Gin tónic y tortilla de calabacín sin villancicos, una combinación como otra cualquiera, y una del espacio antes de irse a la cama.


Pertrechos africanos

No hay nada mejor para comenzar una nueva expedición africana que un buen desayuno americano en Chez VIPS. Los cachorros de explorador se avituallan con el combo completo de tortitas con sirope, patatas fritas, bacon y huevos revuelto, rehogado con una buena taza de chocolate. La mañana se completa con el ir y venir de maletas, y objetos que entran y salen de ellas. Pronto estamos en el aeropuerto de la capital del reino gracias a su maravilloso servicio de metro, tras haber pagado el impuesto olímpico-revolucionario de tres euros por barba (casi tanto como el desayuno).
Ryan y sus azafatas azul eléctrico nos depositan en Rabat, no sin antes habernos intentado vender un vapeador, perfúmenes libres de tasas y una tómbola benéfica en favor de la ONG del piloto. A bordo del Mercedes Grand-Taxi de Yusuf, llegamos a nuestra acogedor hogar durante nuestra semana africana. El gas, el agua, la luz, la llave, la puerta, el baño, todo funciona. Prueba superada!
Rabat a esas horas, parece que no nos esperaba, está plegando velas, y estos que regresar sobre nuestros pasos. Un colmado en la última esquina nos permite un avituallamiento de emergencia. Sardina y salsa de tomate para unos espaguetis de campañas. Mañana será otro día.