Lo menos que le puede pasar a uno cuando va a un museo de ciencias naturales, como hace un par de fines de semanas, es descubrir que la rocas cornubianitas existen de verdad.
Me siento aliviado, tengo que confesarlo, tanto tiempo mentándolas, por pura influencia televisiva, sin saber si quiera si existían más allá de los rayos catódicos. Ahí están, sólo por albergarlas vale la pena haber construido esa réplica de la Discoteca Scorpia que tenemos en el Fórum, obra de no sé qué arquitectos con apellidos extranjeros, que no son modistos ni pareja sentimental.
Gutiérrez, que le veo ...
Ni el de la gorra es una maoísta de incógnito en la ciudad condal, ni el del poncho perroflautista un indignado en receso dominical: no estamos dando un merecido homenaje topanista. El falso maoísta ha vuelto hacer bueno aquello de que para hacer paellas de pro no es necesario nacer en Valencia. Los hemos visto más rápidos, pero no mejores, y tras un vermut extended play que concluye pasadas las cuatro, nos entregamos al vicio arrocístico. Las bajas por causas etílicas que deja la noche anterior, no son obstáculo para cumplir con el obligado ritual hedonista. Con domingos como este, la vida cobra sentido.
