domingo, 3 de enero de 2010

Un paraíso por descubrir


Como reclamo no está nada mal, incluso podría ser cierto. Ouet Laou, nombre jodido de decir para algunos, tiene sus encantos: desde una de las hariras finalistas del concurso mundial que tuvo lugar de manera secreta durante la última semana del año, hasta un fin de año en total intimidad, no apto para amantes del cotillón y el descorche industrial de botellas de cava.

Con razón, el dueño del hotel se había ido a Casablanca a celebrar el fin de año. Tanto tiempo en aquel lugar, y todavía no había descubierto el verdadero encanto, el placer sin igual de recibir el año frente al mar con un zumo de naranjas en una mano y un maravilloso Nescafé en la otra. En la playa, decenas de marineros, a lo suyo, que es pescar, ordenando sus bártulos o hablando del penalty que no le pitaron el otro día al Al-Hoceima FC.

Pero ahí estaba Medid, que llegó justo en el último suspiro, cuando no cabía preguntar por cuarta vez si aquel que se levantaba al final de la calle era, efectivamente, el Hotel Oued Laou, el "único decente en la ciudad", según sentenciaba la guía, y no nos estaban tomando el pelo con la historia del dueño que se había ido a Casablanca, tal y como lo habían hecho el resto de dueños del lugar. Ya nos había dado tiempo a recorrer todo el pueblo con Hassan, otro amigo topanista, que los hay en todas partes, visitando hoteles desiertos y casas de huéspedes con baño-a-butano-y-palangana, decoradas con bonitos motivos del desierto, cuando apareció Medid, vistiendo el chandal de la siempre victoriosa selección brasilera.

A Hassan se le invitó a tomarse una coca-cola, qué menos para celebrar el año si no puedes empinar el codo, en pago a sus servicios turístico-topanistas. Medid consiguió abrir el garito y nos acomodamos todos en una habitación. "Pero me vas a limpiar la habitación y cambiar las sábanas, ¿no?". "Vaya, me vas a hacer trabajar", dijo de buena onda. La venganza topanista se consumó cuando las señoras decidieron que con una habitación era suficiente, y que no hacía falta cojer las dos. Medid sonrió cuando se lo dije, dejó caer la ceniza de su cigarro sobre el recogedor y empezó el año con una habitación reluciente, la del fondo, ya lo sabéis por si vais.

Un paraíso por descubrir. Lo mejor es que los paraísos no sepan que lo son, lo mejor es que nadie sepa lo que ocurre. Aquellos marineros seguían recogiendo los aparejos como si aquel día fuera igual que el anterior y que el siguiente, sin darse cuenta de la línea invisible y falsa que habíamos pasado horas antes, entre dos años que seguramente tenían nombres diferentes para ellos, y no existían más que en nuestra cabeza y en la de aquellos que, según relataba la radio extranjera que habíamos escuchado, se agolpaban en una plaza lejana mirando un reloj, calados de frío y lluvia.

En Oued Laou mañana saldría otra vez una luna generosa y solitaria, iluminando el paraíso.