Los próceres de la patria nos miran atentos, prisioneros en
sus retratos de carboncillo, desde una pared de la sala de juntas de la octava
planta de la Asamblea Legislativa. Los señores diputados y su cohorte de
asistentes, observan incrédulos las maravillas y las promesas de la
arquitectura bioclimática mundial, desgranada por el profesor Honhless, venido
especialmente para la ocasión desde Los Ángeles. Mientras tiritan de frío,
gracias a la potencia frigorífica instalada en tan insigne edificio, ya piensan
en sus nuevas instalaciones, capaces de ofrecer el confort más moderno
respetando a la Pachamama y de buen rollo, incluso ahorrando miles de dólares.
Los casos de laringitis aguda, dicen, están dificultando el normal desarrollo
de los plenos y la democracia por ende. Así que hay que ilustrarse con las
nuevas tendencias que vienen del Norte.
- ¿Sabían ustedes que las ventanas de los edificios se
pueden abrir para que entre el aire? Alguien lo ha descubierto en Europa.
Revolucionario, subversivo. Por suerte, y a pesar de que
algún ilustre diputado aprovecha para hacer algunas consultas constructivas con
el profesor sobre su ranchón en la playa, el martirio polar acaba a las dos
horas.
Nos vamos a almorzar con el insigne invitado de la asamblea, y por la tarde nos instalamos con el señor ministro de economía a observar las evoluciones de la selección nacional de fútbol playa en los Juegos Bolivarianos. Semifinal en la cumbre, El Salvador contra Paraguay, todo un clásico, que acaba del lado de la nación sin mar ni playas. De nada nos sirvieron los centenares de kilómetros de litoral ni los revolucionarios métodos de entrenamiento de nuestros pescadores, metidos a estrellas del balompié.
Nuestro querido ministro, el único de la familia, pidió otra ronda para ahogar tamaña decepción, mientras seguíamos repasando el estado del mundo:
Nos vamos a almorzar con el insigne invitado de la asamblea, y por la tarde nos instalamos con el señor ministro de economía a observar las evoluciones de la selección nacional de fútbol playa en los Juegos Bolivarianos. Semifinal en la cumbre, El Salvador contra Paraguay, todo un clásico, que acaba del lado de la nación sin mar ni playas. De nada nos sirvieron los centenares de kilómetros de litoral ni los revolucionarios métodos de entrenamiento de nuestros pescadores, metidos a estrellas del balompié.
Nuestro querido ministro, el único de la familia, pidió otra ronda para ahogar tamaña decepción, mientras seguíamos repasando el estado del mundo:
-
Es que ya nos dimos cuenta que estos son los
únicos que podía ganar algo, lo otros en la vida. Y ya ves. ¿Otro trago de los
mismo?
-
Sí, señor ministro.
Tengo que añadir que realmente estos retratos si que dan miedo, realmente parecen vivos y se siente que una vez se quedan a solas discuten lo dicho en esa sala...realmente no me gustaría pasar una noche entre ellos...
ResponderEliminarEse día si tuve escalofríos y no solo por los retratos que me miraban sin pestañear si no por el frio polar que hacía en ese lugar