- Creo que me han llamado por el altavoz.
- Sí, en efecto. Ha habido una reasignación de asientos y se le ha colocado en Bussines Class.
La perspectiva de diez horas encerrado en un avión es diferente si delante tuyo median casi dos metros hasta el próximo pasajero. Incluso esas señoras maduritas sacadas de una telenovela, advenedizas del botox de última hora, se hacen hasta simpáticas. En menos de quince minutos, antes de que el Comandante Trujillo haya colocado nuestro flamente Airbus en el cielo, han conseguido acabar con las existencias de la tienda a bordo.
- Tranquila, señora, hasta que no despeguemos no podemos vender nada.
- Cuidado me quedo sin esa pareja de guantes de piel que he visto en la página tres.
Cuando una consigue hacerse con los mandos del asiento reclinable, previo cursillo acelerado por la jefa de azafatas (que la tienen, aunque no llegue a ser vista nunca y no pase de ser una leyenda en tercera clase), tiene que enfrentarse a con la carta de vinos y con el menú.
- El tournadó de pollo al oporto se lo íbamos a poner de todas manera en el aperitivo, caballero. Se trata de que elija el segundo. ¿Es usted más de carne o de pescado?
¡Dios, qué bochorno! ¿Me habrá delatado la camiseta del Decathlon a juego con la mochila Quechua?¿Serán las cuatro copas de vino que no he podido rechazar en la hora que llevamos de vuelo? Sigamos con el Ribera del Duero, por favor, y esos canelones de marisco. El postre se rehoga con un vino dulce y la guinda la pone un trago de 12 años de Flor de Caña. Como si de una trampa fuera, lo han puesto astutamente al final. Imposible hacerle un feo con ese highbolito al Comandante Trujillo y a sus veteranas azafatas de primera.
Aturdido por los efluvios etílicos, me pongo a 180grados hacia el Trópico. Es cierto, todavía hay clases, la Bussines por lo menos se te puede subir a la cabeza. Horas después, el Caribe a babor.
Esperamos que esta serie americana de las tribulaciones topanistas sea de su agrado. Laslo on the road, again!
- Sí, en efecto. Ha habido una reasignación de asientos y se le ha colocado en Bussines Class.
La perspectiva de diez horas encerrado en un avión es diferente si delante tuyo median casi dos metros hasta el próximo pasajero. Incluso esas señoras maduritas sacadas de una telenovela, advenedizas del botox de última hora, se hacen hasta simpáticas. En menos de quince minutos, antes de que el Comandante Trujillo haya colocado nuestro flamente Airbus en el cielo, han conseguido acabar con las existencias de la tienda a bordo.
- Tranquila, señora, hasta que no despeguemos no podemos vender nada.
- Cuidado me quedo sin esa pareja de guantes de piel que he visto en la página tres.
Cuando una consigue hacerse con los mandos del asiento reclinable, previo cursillo acelerado por la jefa de azafatas (que la tienen, aunque no llegue a ser vista nunca y no pase de ser una leyenda en tercera clase), tiene que enfrentarse a con la carta de vinos y con el menú.
- El tournadó de pollo al oporto se lo íbamos a poner de todas manera en el aperitivo, caballero. Se trata de que elija el segundo. ¿Es usted más de carne o de pescado?
¡Dios, qué bochorno! ¿Me habrá delatado la camiseta del Decathlon a juego con la mochila Quechua?¿Serán las cuatro copas de vino que no he podido rechazar en la hora que llevamos de vuelo? Sigamos con el Ribera del Duero, por favor, y esos canelones de marisco. El postre se rehoga con un vino dulce y la guinda la pone un trago de 12 años de Flor de Caña. Como si de una trampa fuera, lo han puesto astutamente al final. Imposible hacerle un feo con ese highbolito al Comandante Trujillo y a sus veteranas azafatas de primera.
Aturdido por los efluvios etílicos, me pongo a 180grados hacia el Trópico. Es cierto, todavía hay clases, la Bussines por lo menos se te puede subir a la cabeza. Horas después, el Caribe a babor.
Esperamos que esta serie americana de las tribulaciones topanistas sea de su agrado. Laslo on the road, again!
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