El homo cooperantis también tiene derecho a descansar. A
lomos de su 4x4 último modelo, se reunen en partidas de tres o cuatro y se
encaminan hacia el litoral, buscando un remanso de paz cerca del mar. Hamacas,
tumbonas, grandes ranchones desafiantes a la temporada de tsunamis; las
condiciones creadas para encontrar un momento de tranquilidad, aunque
sigan hablando entre ellos en una extraña jerga:
- ¿Pero tú trabajas en un Trust Fund?
- Claro, yo no soy staff del World Bank.
- Creo que conozco un P5 que está contigo.
¿Surf o footing? Los primeros cabalgan sobre las olas, para
desesperación de sus familias hambrientas, que ven cómo no llega su almuerzo a
una hora decente, mientras que los segundos son devorados por los mosquitos cuando
se alejan un poco de la burbuja civilizatoria, corriendo por la arena. Menos
mal que nuestra anfitriona, en su castellano de Michigan, está preparada para
cualquier eventualidad:
- Este es sand fly. Poner primero contra picar,
luego gel, y luego loción para no mosquito.
Una vez embalsamados, podemos dar buena cuenta del esperado
pescadito a la parrilla, y acabar en paz en nuestra hamaca una placentera tarde
de domingo.
Seguimos nuestras aventuras por Nicaragua, una vez superadas
las trece horas de caravana terrestres por las fronteras topanistas de
Centroamérica, abrazando y disfrutando de los camaradas de siempre, que siempre
están ahí.
Para cuando un diccionario cooperanto-catalano?
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