domingo, 5 de agosto de 2012

Vacaciones en el mar


Hay gente que se pasa la vida ahorrando para pasar una semanita a pensión completa de rancho escolar en una de esas colmenas que se ven al fondo, con borrachera de garrafón, procesión discotequeras e infundadas esperanzas de encontrar su media naranja en un cruce mágico e irrepetible de miradas.

- Pues yo todavía me acuerdo de cuando sólo había un chiringuito en toda la playa. Hipólito, tráenos más vino, por favor.
- Pero luego por dónde empezaron a construir, ¿por la derecha o por la izquierda?
- Lo que está claro es que puerto no lo pusieron porque se hubieran quedado sin playa, sin la gallina de los huevos de oro.

Otros, con más suerte, tenemos el gusto de ver el enjambre a tres millas náuticas de distancia, devorando el cátering casero que hemos metido en el barco y que ahora nuestro querido Hipólito despliega ante nuestros ojos. Los naranjos se conviertieron en rascacielos, en un febril concurso por superar el mal gusto del vecino, y a las suecas le sucedieron los rusos, son menos ganas de tomar el sol y más de hacer negocios como en casa. 
Después de observar nuestro pequeño Río de Janeiro levantino y evocar un pasado salvaje y rutilante, hasta con producciones topanistas en su arena, pusimos rumbo a otra playa, alicatada de la misma forma y gusto. 

- Bueno, aquí por lo menos no son tan feos los edificios ni tan altos.

Siempre queda algún consuelo, claro. La próxima vez que nos entreguen una costa como esta no lo volveremos a hacer, palabrita del Niño Jesús. 
Cena entre buenos amigos y cierre de paréntesis levantino verbenero, nos vamos a la capital del Reino, en escala técnico-familiar, en uno de esos buses que tomábamos cuando éramos más pobre e íbamos construyendo la fortuna que ahora contemplamos.

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