domingo, 12 de agosto de 2012

Gran Cascada

A cien pavos el chapuzón en la piscina del Parador, y una infranqueable conserje que impide bajar de los 75, es natural que medio Chaouen esté en Gran Cascada, matando el calor de días como este.

Pertrechados con botellas o cualquier recipiente en condiciones de uso, se lanzan a lo que queda en verano de una exuberante corriente de agua. Allí se disputan desde partidos de futbol hasta oraciones, ritos más o menos de apareamiento, no hay mejor sitio donde estar en el pueblo. Los que se mueren, antes de ir al cementerio piden pasar por última vez y echarle un vistazo en su último viaje, tantas han sido las hora pasadas en la Gran Cascada, a la sombra de una higuera como nosotros o buscando algún hilillo sobrante de agua en el tórrido estío rifeño.
El cartel de excursiones pedestres que ofrece el Departamento de Promoción Turística es contemplado por algún turista de tez blanca con cierta incredulidad, no acaban de entender que sea posible salir de la medina o aquel cañaveral y volver con vida. Cuarenta y seis grados son muchos, y más vale aguantarlos parapetados en algún lugar seguro.

Chaouen siempre ofrece alguno de esos lugares, mientras se evoca a la Forqué y a su Mersede-puta-madre en “Bajarse al Moro”. A las ocho de la tarde nos damos un desayuno de Ramadán, café con leche, harira, huevo duro y otros complementos, para no ser menos que los lugareños. Que se empiece tarde a comer no quiere decir que no se hagan como Alá manda. Y de ahí, sofocados por el sirocco, deshacemos el camino hasta Tetuan, bien entrada la noche.

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