Cuando uno deja de ser presidente, se dedica a hacer todo aquello que se atrevió a llevar a cabo cuando era presidente, y a dar consejos a los futuros presidentes sobre su quehacer. Atiende entrevistas, reparte abrazos anónimos, da declaraciones a canales locales de televisión y le llevan a observar elecciones por muchos países. El mundo está lleno de mesitas de recibidor con fotos desenfocadas o movidas, tomadas en un minuto de gloria en un fugaz encuentro, enmarcadas con lo mejor que uno encuentra en la tienda de efectos fotográficos de la esquina, de expresidentes abrazándonos con amor y sinceridad, como pidiéndonos perdón por todas las promesas que no supieron colmar. Se les ve liberados de una carga insoportable, con algo más de canas y ojeras, y aquella cara que el tiempo dejó en los que tuvieron la última palabra entre sus labios y jugaron con ella como con un caramelo que al fin se les escurrió entre los dientes.
Parabienes y promesas de fidelidad eterna, consejos de altos vuelos y los mejores deseos para el candidato, que ya parece verse como sus anfitriones, años después, presente en tantos marcos de IKEA sobre los tapetes que la abuela hizo para la mesita del living.
Por la mañana, volvemos a la ruta hotelera high luxe para conseguir más declaraciones y compromisos, con pregunta abierta desde el público incluida, micro en mano. Incluso tenemos ocasión de hablar directamente con el candidato, en un alarde de generosidad para con nuestra superproducción. A pesar de la afectación gástrica, producida por el festejo nocturno previo, vamos adelante con otra entrevista al cerebro del programa electoral, otro de esos ejercicios topanistas que algún día habrá que analizar con tranquilidad antes de volver a emprender el siguiente.
Después de asistir a la gran concentración de apoyo extranjero al candidato, nos entregamos a un fundido a negro, del que no saldremos hasta doce horas después. Total, la Ley Seca ha llegado a la ciudad, y ya no hay nada que hacer por esos tugurios de perdición hasta mañana.
Parabienes y promesas de fidelidad eterna, consejos de altos vuelos y los mejores deseos para el candidato, que ya parece verse como sus anfitriones, años después, presente en tantos marcos de IKEA sobre los tapetes que la abuela hizo para la mesita del living.
Por la mañana, volvemos a la ruta hotelera high luxe para conseguir más declaraciones y compromisos, con pregunta abierta desde el público incluida, micro en mano. Incluso tenemos ocasión de hablar directamente con el candidato, en un alarde de generosidad para con nuestra superproducción. A pesar de la afectación gástrica, producida por el festejo nocturno previo, vamos adelante con otra entrevista al cerebro del programa electoral, otro de esos ejercicios topanistas que algún día habrá que analizar con tranquilidad antes de volver a emprender el siguiente.
Después de asistir a la gran concentración de apoyo extranjero al candidato, nos entregamos a un fundido a negro, del que no saldremos hasta doce horas después. Total, la Ley Seca ha llegado a la ciudad, y ya no hay nada que hacer por esos tugurios de perdición hasta mañana.
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