En las calles de San Salvador se respira una tensa calma, nos damos cuenta al salir de nuestro sueño eterno, impasible a la horda de mosquitos que nos suele atacar cada noche. Se impone una parada técnica para recuperar fuerzas y trazar un plan de ataque en la jornada decisiva.
Nos dirigimos al Centro Español, uno de esos sitios que todavía conservan la serie de posters de promoción turísticas de cuando Fraga era ministro, y que atesoran pesadísimas placas metálicas que dan fe de ilustres y pretéritas visitas. También debe de ser el único sitio del mundo en el que te dejan entrar sin pagar por se español, además de por la fronteras. Te hacen una fotocopia y puedes ir a bañarte, en modo prueba, durante un mes.
- Una cerveza, por favor.
- Fíjese que no.
- ¿Como que no? Pero si tiene una nevera llena ahí, que lo estoy viendo yo -exclamo alegre de haber descubierto el alijo alcohólico ante el camarero y un servidor-.
- Fíjese que está la Ley Seca en el país, por las elecciones.
¡Mierda de democracia! Sabía que al final seríamos víctimas de la ley y el orden. En cualquier caso, nos zambullimos en la piscina, comemos y descansamos. En nuestra cabeza, mientras damos cuenta de una hispánica y abstemia hamburguesa, empezamos a plantear el día de mañana, a pasar lista de todos los pertrechos necesarios y a repasar la secuencia de tomas y personajes.
Por la tarde, cubrimos la última capacitación de nuestra centuria electoral preferida. Somos testigos de los primeros forcejeos por colocar en un sitio más imposible el toldo (canopi en el dialecto local) donde ubicar la discomóvil con todos los éxitos revolucionarios de las tres décadas anteriores, y el comando de orientadores para el voto. Esperemos que no haya que evacuar a nadie mañana en ambulancia, el estropicio puede ser legendario.
A dormir pronto, en pocas horas estaremos en pie, el día D está ahí ya.
Nos dirigimos al Centro Español, uno de esos sitios que todavía conservan la serie de posters de promoción turísticas de cuando Fraga era ministro, y que atesoran pesadísimas placas metálicas que dan fe de ilustres y pretéritas visitas. También debe de ser el único sitio del mundo en el que te dejan entrar sin pagar por se español, además de por la fronteras. Te hacen una fotocopia y puedes ir a bañarte, en modo prueba, durante un mes.
- Una cerveza, por favor.
- Fíjese que no.
- ¿Como que no? Pero si tiene una nevera llena ahí, que lo estoy viendo yo -exclamo alegre de haber descubierto el alijo alcohólico ante el camarero y un servidor-.
- Fíjese que está la Ley Seca en el país, por las elecciones.
¡Mierda de democracia! Sabía que al final seríamos víctimas de la ley y el orden. En cualquier caso, nos zambullimos en la piscina, comemos y descansamos. En nuestra cabeza, mientras damos cuenta de una hispánica y abstemia hamburguesa, empezamos a plantear el día de mañana, a pasar lista de todos los pertrechos necesarios y a repasar la secuencia de tomas y personajes.
Por la tarde, cubrimos la última capacitación de nuestra centuria electoral preferida. Somos testigos de los primeros forcejeos por colocar en un sitio más imposible el toldo (canopi en el dialecto local) donde ubicar la discomóvil con todos los éxitos revolucionarios de las tres décadas anteriores, y el comando de orientadores para el voto. Esperemos que no haya que evacuar a nadie mañana en ambulancia, el estropicio puede ser legendario.
A dormir pronto, en pocas horas estaremos en pie, el día D está ahí ya.
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