El Día D empieza a las 2.30 a.m., tras el boicot decidido por parte del enemigo con una jauría de mosquitos sobre nuestras cabezas durante las pocas horas de sueño que hemos podido conciliar.
Llegamos a la concentración del comando de defensa del voto, buscando desesperadamente un café que se nos resiste. Reparto de camisetas, pulseras, acreditaciones y todo lo indispensable para asegurar que el voto es secreto y que se cumple escrupulosamente el cóndigo electoral.
Pasadas las cuatro, la columna marcha por las calles desoladas por la Ley Seca, donde tan solo unos días atrás el bullicio high class de la capital explotaba alegremente. Consignas, vítores, himnos revolucionarios son cantados a coro, con la convicción de los triunfadores. Cuando llega ante las puertas del centro electoral, el enemigo no está. Se le espera un rato, porque sin él no se puede entrar en el terreno de juego. Los otros son menos, se han quedado durmiendo la mayoría y han adelantado a un mensajero, justo para abrir la puerta y no retrasar el proceso.
Entra la columna y los otros van llegando cada uno por su lado. Se van conformando las mesas bajo una letanía de cajas que se abren, artilugios que se desplegan y oraciones de confraternización, pidiéndole de nuevo a Dios Nuestro Señor que decida él y que encima ayude al ganador a hacerlo bien. Desde fuera, no entendemos entonces para qué hace falta hacer las elecciones.
Por fin conseguimos un café, aunque sea de polvos, y una pupusa que echarse a la boca. El equipo se separa: unos van a cubrir la bendición de la campaña, por nuestro amigo el párroco con aspecto de interesarse por la infancia, y los otros quedan esperando el pistoletazo de salida. De momento son los policías los que se quedan sin pistoletazos, tienen que entregarlos para votar, por primera vez uniformados.
- ¿Cómo que no tiene usted al día su carnet de policía? Entonces no puede votar.
- Verá usted, señora presidenta de Junta Receptora de Votos, es que yo ...
La democracia sigue su curso. El equipo se reune, tomas al centro ya abierto y rápida incursión para ver cómo vota el candidato mudito, el que no nos da una entrevista ni por recomendación. Se rumorea que en realidad da sus discursos en play back, entiéndase la dificultad de la entrevista con la misma técnica. Es su última oportunidad de aparecer en nuestra superproducción pero no lo entiende, sepultado por una masa de periodistas que quieren arrancar de sus labios una declaración o una imagen exclusiva.
Ni modo, nos vamos con el otro. Tensión, batucada, banderas, pancartas, ofensas cruzadas en la puerta de su colegio electoral. Las masas quieren ver cómo vota, llega por fin acompañado de sus tres soles, radiantes en ese día histórico para la familia. A la salida, la unidad 2 de grabación (la que tiene forma de teléfono móvil) está a punto de perderse, al ser olvidada en el parqueo, pero puede ser recuperada justo a tiempo.
Día trepidante, volvemos a la carga después de ser sableados por el restaurante de moda, el único que no boicotea nuestra hambre y sigue abierto en ese día. A esas horas se acerca poco a poco el final, pero aún quedan disputas que ver: entre observadores, entre vigilantes, entre vendedores de helados, todos pelean porque el voto sea secreto y nadie incite a los demás a votar como él o ella. Por fin se cierra el centro y se abren las cajas donde durante horas se han ido depositando centenares de votos, cuidadosamente marcados y doblados para no anularlos, casi de malabarismo.
Otra letanía empieza, aunque el nombre que preferirían escuchar aquellos que marchaban en formación para defender el voto no se escucha mucho, la verdad:
- Presente por la Patria!
Se conocen los primeros resultados, justo cuando el foco de la unidad 1 nos dice adiós y nos quedamos a oscuras. Parece que sí, pero no, la tendencia nos indica en una tablet que se gana para nos será suficiente para ganar del todo. Tenemos que cerrar con dos finales, no sea el caso que alguien haya contado mal en algún lugar de la Republica. Alguien nos convoca al triunfo, en la misma plaza donde nuestro estimado capellán bendecía las armas contrarias, pero va a ser que no, es más prudente retirarse a casa:
- Además, no hay nada que celebrar! -dice nuestra chófer indignada, justo antes de depositarnos en nuestra base de operaciones-
Bien, ya fue la batalla. Nos queda un momento para contemplar la ciudad, con una reserva alcohólica acopiada antes de que la Ley Seca echara a andar. Al comprar el hielo en la esquina, vemos pasar por delante nuestro el final que tanto buscábamos, en uno de esos diálogos perdidos que brotan por las esquinas:
- Así entonces habrá segunda vuelta. 25 millones de dólares oí que costaba.
- Ah, pues sí! Si dinero hay en este país, lo que pasa es que se lo gasta en puro papel.
Misión cumplida, ya sólo quedan algunos detalles que dejamos para mañana.