
En el fondo, todo se mueve alrededor de los tupper. Si hay que recoger uno a diez quilómetros de la ruta formalmente establecida, se recoge, ¿qué problema podría haber?. Una llamada avisa al experto chófer para que pase a recoger a su dueño, que se lo entregará con una mezcla de alegría y de nostalgia, recordando en ese preciso instante cuando llegó a su poder, lleno de uvas o quizás de sabrosos mejillones.
A veces el tupper no está preparado, hay que pensar que en el fondo es como una novia. El chófer, la señora que va a hacer la compra, el vendedor de seguros, los incrédulos turistas, incluso un doble de James Bond que trabajó en Holanda y disfruta como el primer día cada vez que cuenta su historia, esperamos en su puerta a que salga. Si no sale, reemprendemos la marcha, estas cosas pueden pasar.
Al final del día, después de asistir impertérritos diez horas al ceremonial del tupper durante más de 150 quilómetros en la carretera que sigue la costa, llegamos a Inebolu. Para resarcirnos de tan viajera jornada, el sol nos puso en un tupper una puesta de sol como la que veis, como cuando los niños se portan bien en verano, y son obsequiados con un helado y un rato al fresco de la noche antes de irse a dormir.
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