miércoles, 25 de diciembre de 2013

Surfing Rabat

Ahmed coge su tabla y procurando no dar ningún sopapo a nadie con la popa, atraviesa la Medina de Rabat. Pasa por delante del Libération y saluda a los turistas que se deleitan con el festival del cus-cus. Esquiva a los que se entretienen entre alfombras, babuchas y montañas de teteras chinas de hojalata plateada. Sale al fin de la medina y saluda a las tatuadoras de jena, al acecho de las turistas despistadas, con sus jeringuillas de yonkis de Bellvitge cargadas con mejunge suficiente como para escribir el Corán cuatro veces, o echar el mal de ojo hasta la eternidad si no reciben el impuesto turístico-revolucionario que dispone la tradición.
Ahmed no sabe que una ciclogénesis explosiva devasta en esos mismo instantes la vieja Europa, se lanza sobre su trozo de fibra de vidrio y nada contra las olas, a un lado Rabat, al otro Salé, y a su frente el mar océano. Marruecos no se acaba ahí, hay tablas para seguir. Viajeros y viandantes le miran absortos desde el rompeolas, enfundado en su neopreno remendado, y sinten algo más de frío cada vez que sortea una ola.

De vuelta del rompeolas, hacemos nuestras compras para honrar la Nochebuena. Gin tónic y tortilla de calabacín sin villancicos, una combinación como otra cualquiera, y una del espacio antes de irse a la cama.


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