sábado, 28 de diciembre de 2013

¡A mí la guardia!

Después de la tempestad viene la calma y el cielo de Rabat se abre para nosotros, ya está bien de tanta modernidad pasada por agua. Decidimos darle otra vuelta a nuestra anfitriona, tomamos el tranvía y cruzamos el río, buscando Salé. Franqueamos la gran muralla y paseamos por la medina, visitando su madraza y contemplando sus mezquitas. Cuando el hambre llama a nuestro estómago, logramos dar con un lugar entre la escasa oferta culinaria de la ciudad, comparada con su vecina de la otra orilla.
Volvemos a la estación de tranvía, que esta vez si funciona de vuelta. Como venganza, decidimos deshacer el camino andando hasta nuestro segundo objetivo del día, la Torre Hassan y el Mausoleo del Mohammed V.

Ahí está la Guardia Real, a lomos de sus jalmegos, ojo avizor ante los innumerables peligros que acechan alrededor de la tumba del rey exiliado, fundador de la patria, mente preclara e insigne guía. No iban a dejar a sólo a un guardia, ¿con quién iba a hablar?¿Con su caballo? Así que ponen dos, para hacerse compañía, aunque lo único que tengan que hacer sea quitarse de encima las moscas con delicados soplidos, para no salir movidos en las fotos con las que los turistas los acribilan y les recuerdan su condición de figurantes dentro de la escena monumental. Dos en la puerta Norte, dos en la puerta Sur, y porque no hay más puertas. Si tienes recomendación, puede ser que acabes haciendo la guardia de pie, en la puerta del mausoleo, donde al menos puedes hablar con la policía secreta, discretamente identificables por su sombrero maceta roja, como el que llevaba el amigo de Humphrey en Casablanca, el que le vende los salvoconductos para Víctor Laszlo y señora. En fin, conexiones e historia cíclicas del topanismo, porque hay pocas dedicaciones topanistas en esta vida como guardar una tumba.

Por la noche, damos con la mejor harira de la ciudad, a pocos pasos de nuestra guarida. Mientras nos deleitamos con ella, ya pensamos en nuestra excursión de mañana a Meknès.

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