Todo el mundo sabe que Marruecos ansía formar parte del mundo civilizado y pone todo su empeño en que así sea muy pronto. Sólo hay que ver ese maravilloso tranvía en Rabat, faro de la modernidad en nuestros días. Todo sacrificio es poco, así que si Europa está de ciclogénesis explosiva, el viejo sultanato no va a ser menos.
El día de Navidad el país se une a la comunidad de naciones afectadas por la tempestad, como queriéndose igualarse a sus vecinas del norte. La actividad nocturna ha dejado numerosas bajas en el mobiliario de la terrada, con un tresillo desarbolado y una pata de la jaima colgando en el vacío. Tras un rápido estudio de la situación, decidimos que el conjunto se mantiene estable y que será mejor intervenir cuando amaine la borrasca. Así que sólo nos queda acudir a Chez Ouazzani a deleitarnos con un tagine y celebrar como es debido tan señalada efeméride.
A la vuelta, breve excursión y café en la Biblioteca Nacional. Ya en la estación del tranvía, de vuelta al hogar, la amable voz que sale de la megafonía nos comunica que el servicio se irá restableciendo progresivamente. El progresivamente supera en Marruecos los veinte minutos, por lo menos damos fe hasta ese punto, momento en el cual nos decidimos a dejar de esperar y asaltar un taxi. Tras diez minutos bajo la lluvia, podemos entrar en un vehículo, cuyo conductor nos explica que necesitamos un 'grand-taxi', al ser más de tres.
Detenemos el primer Mercedes de apoderado taurino, color blanco, que vemos llegar por la avenida convertida en río, y con algunas indicaciones logramos dar con nuestra casa en la ciudad. Parece que la tempestad amaina, incluso comprobamos que alguien se ha tomado la molestia de plegar el tenderete en la terraza.
El problema viene cuando alguien decide meter la llave que no toca en la cerradura de casa, para hacer no se sabe qué, y esta se queda clavada. Ni para adelante ni para detrás, atrapados en casa. De repente, tras una hora poniendo a prueba nuestros conocimientos de cerrajería, pensamos en el alma caritativa que ha resuelto desaguisado de la azotea. Una llamada a la Península y en breves minutos, Abdul se encuentra encaramado en nuestra ventada. Nuestro jardinero de Marrakech, infiel él, se lía a hostias con la cerradura, una vez ha degollado la llave incrustrada, retorciéndole el pescuezo con las tenazas. Después de hablar con los expertos en el barrio, gastando su llamada comodín, consigue vencer el último obstáculo y abrise paso.
Un trabajo fino, vamos, que nos permite sin embargo respirar tranquilos.
El jardinero infiel nos ha salvado, mañana seguiremos con la visita a Rabat, si como parece al tempestad ha amainado.
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