En los países civilizados aparcar puede ser todo un desafío. El Sr. Beyeler compró muchos cuadros e incluso mandó hacer un incomparable edificio a uno de esos arquitectos que venera la barra topanista, pero olvidó agenciarse el tipico descampado con gorrilla incorporado, donde dejar el vehículo cuando se va a visitar tanta obra de arte junta.
- No sé dónde está la máquina de pagar el aparcamiento, no soy de aquí.
No fue mi alemán, bastante oxidado, porque está claro que el señor de la rulot con salchichas y chucrut de oferta entendió la pregunta o los gestos que hice. El del puesto de fruta de enfrente no entendió, en cambio, cómo alguien preguntaba por el aparcamiento. Un amable excursionista decidió dirigirse a mí en francés y ahí nos entendimos mejor.
- He perdido la práctica, no sé cómo se hacia, hace mucho tiempo que no conduzco.
Con sus pepinos recién adquiridos, fuimos a preguntar a una farmacia, lógicamente. Ni idea de cómo aparcar. Bueno, quizás el encargado del super lo sepa.
- Puede aparcarse durante una hora gratis, no necesita pagar.
- ¿Y cómo sabe el señor agente a qué hora he llegado?
- Ah! Eso ya no lo sé. Pregunte a la policía cómo hacerlo.
Pepinos en mano y mochila en la espalda, fui departiendo hasta la comisaría de policía. El señor agente, sorprendido de que no supiéramos aparcar, nos dio un sencillo artefacto de cartón, con un disco giratorio que indicaba, a voluntad, la hora a la que habíamos llegado.
Con nuestra magnífica P de parking en mano, y habiendo agradecido al gentil caminante su inestimable ayuda, dejamos indicado y sin hacer trampas nuestra hora de arribo.
Ya en casa del Sr.Beyeler, pudimos deleitarnos con continente y contenido, dando cuenta después de unos magníficos bocadillos prefabricados en nuestro súper galo preferido en el jardín y la preceptiva botella de Costiers de algún río que no recuerdo.
Paseo por Basilea y encuentro con la afición roquera barquera en el Rhin, un río que además de rock arrastra bañistas de una parte a otra de la ciudad en días calurosos como este. No es de extrañar, con las dificultades para aparcar que ahí, que la gente prefiera tomar el río y no su vehículo, para ir de una parte a otra, con esa bolsas especialmente preparadas para flotar y llevar dentro la ropa con las que los chinos suizos están amasando una incalculable fortuna, vistos los precios.
Mañana a levantar el campamento en tierras galas y hacia las profundidades de los Alpes suizos.
- No sé dónde está la máquina de pagar el aparcamiento, no soy de aquí.
No fue mi alemán, bastante oxidado, porque está claro que el señor de la rulot con salchichas y chucrut de oferta entendió la pregunta o los gestos que hice. El del puesto de fruta de enfrente no entendió, en cambio, cómo alguien preguntaba por el aparcamiento. Un amable excursionista decidió dirigirse a mí en francés y ahí nos entendimos mejor.
- He perdido la práctica, no sé cómo se hacia, hace mucho tiempo que no conduzco.
Con sus pepinos recién adquiridos, fuimos a preguntar a una farmacia, lógicamente. Ni idea de cómo aparcar. Bueno, quizás el encargado del super lo sepa.
- Puede aparcarse durante una hora gratis, no necesita pagar.
- ¿Y cómo sabe el señor agente a qué hora he llegado?
- Ah! Eso ya no lo sé. Pregunte a la policía cómo hacerlo.
Pepinos en mano y mochila en la espalda, fui departiendo hasta la comisaría de policía. El señor agente, sorprendido de que no supiéramos aparcar, nos dio un sencillo artefacto de cartón, con un disco giratorio que indicaba, a voluntad, la hora a la que habíamos llegado.
Con nuestra magnífica P de parking en mano, y habiendo agradecido al gentil caminante su inestimable ayuda, dejamos indicado y sin hacer trampas nuestra hora de arribo.
Ya en casa del Sr.Beyeler, pudimos deleitarnos con continente y contenido, dando cuenta después de unos magníficos bocadillos prefabricados en nuestro súper galo preferido en el jardín y la preceptiva botella de Costiers de algún río que no recuerdo.
Paseo por Basilea y encuentro con la afición roquera barquera en el Rhin, un río que además de rock arrastra bañistas de una parte a otra de la ciudad en días calurosos como este. No es de extrañar, con las dificultades para aparcar que ahí, que la gente prefiera tomar el río y no su vehículo, para ir de una parte a otra, con esa bolsas especialmente preparadas para flotar y llevar dentro la ropa con las que los chinos suizos están amasando una incalculable fortuna, vistos los precios.
Mañana a levantar el campamento en tierras galas y hacia las profundidades de los Alpes suizos.
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