jueves, 15 de agosto de 2013

Almanaques modernos

Sigue nuestra tournée arquitectónica, y pasamos del Siglo de las Luces al movimento moderno, dice nuestra guía de cabecera. Aparcamos al pie de la colina, junto al convento post-moderno, y nos dirigimos al tótem de calendario que hemos visto toda nuestra vida colgado de alguna pared. Existe, está ahí, esa iglesia mil veces mal copiada en tantas parroquias de barrio con ínfulas artísticas. Las monjitas nos dejan entrar después de darnos el preceptivo sablazo, que no da derecho ni a un planito , aunque el lugar tampoco da para perderse.
Cuando el concierto en la capilla acaba, los turistas, nipones y occidentales, nos entregamos al fusilamiento de cada rincón y cada detalle del maestro, desde el gotelé hasta los confesionarios búnker, pasando por las bancos de hormigón armado con atril de acero AISI 314. Mientras, las monjitas se dan al espumoso de la región en la carpa que han instalado en la puerta, y dejan hacer a las hordas, como si se tratara de una rutina ancestral.
Nos dirigimos, ahítos de movimiento moderno, al lago de Ronchamp, a compatir con la otra parroquia local un sábado de asueto. Filete y siesta en la hierba, vamos cogiendo la mejor perspectiva de este país horizontal, que huele a verde y a buen vino.
Por la tarde, nos sobra un rato para pasear por Mulhouse y seguir con el tour arquitectónico, esta vez en un conjunto de casas de barrio de extrarradio modernetis, del que no sabemos si sus ocupantes serán muy conscientes. Cervecita en la plaza gótica, habiendo inspeccionado previamente las cartas de todas las terrazas para tener idea de la magnitud de la inversión, y de nuevo a nuestra carpa, a descansar sobre nuestra gran adquisición hinchable.

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