Pitita tiene un estilo que la hace única. Ningún detalle de su casa puede ser menos estupendo y exclusivo que ella, por eso viene a Weil am Rhein a por cualquier complemento del que necesite rodearse. A ella no le cobran ya la morterada para entrar que estipula tanto glamur, es casi accionista de esta fábrica de sueños inacanzables para los mortales que no saben tapizar de tigre su living, o hacerse la cole de todas las sillas de arquitectos venidos a decoradores, que los hay y muchos.
Algunas solo pueden aspirar a hacer de guías por el desierto polígono de naves de policarbonato contrachapado, que los turistas no osan tocar ni siquiera tras haber pagado otra morterada complementaria a la primera. Nuestra veterana compañera nos conduce por el erial tan chic, desgranando en su inglés de comandante felón de la Luftwafe las maravillas arquitectónicas que encontramos a nuestro paso. Insuperable la estación de servicio a replicar como cornucopias; o el puente topanista para proteger de la lluvia los muebles en su tránsito entre naves, que no funciona a pesar de los veinte metros de acero en voladizo.
Nos detenemos con pasión de estudiantes de cuarto de carrera ante la obra de la archiconocida arquitecta iraní, expresionismo en el cuartel de bomberos, que ya sólo sirve para enseñárselo a los turistas.
Por fin llegamos al momento zen del día y dejamos atrás a nuestra veterana amiga.
- Caminen por el camino de hormigón gris y sientan la emoción de entrar en el edificio. Observen la maestría de poner una pared para que nos concentremos al entrar, y sólo pensemos en la reunión que vamos a mantener.
Entramos en el búnker de uno en uno. Nuestra emocionada guía nos explica los secretos que los encofradores dejaron crípticamente expuestos en las paredes.
- Observen cómo se repite el número cuatro. Si lo dicen en japonés, estarán llamando al silencio.
Algunos esperamos a que el resto del grupo encuentre su sintonía con la madre naturaleza y con la carretera nacional que pasa delante, hasta que por fin salimos de esa orgía de serenidad y talento tranquilo.
Por la tarde nos da tiempo de dar un primer paseo de avanzadilla por Basilea, que mañana completaremos.
Algunas solo pueden aspirar a hacer de guías por el desierto polígono de naves de policarbonato contrachapado, que los turistas no osan tocar ni siquiera tras haber pagado otra morterada complementaria a la primera. Nuestra veterana compañera nos conduce por el erial tan chic, desgranando en su inglés de comandante felón de la Luftwafe las maravillas arquitectónicas que encontramos a nuestro paso. Insuperable la estación de servicio a replicar como cornucopias; o el puente topanista para proteger de la lluvia los muebles en su tránsito entre naves, que no funciona a pesar de los veinte metros de acero en voladizo.
Nos detenemos con pasión de estudiantes de cuarto de carrera ante la obra de la archiconocida arquitecta iraní, expresionismo en el cuartel de bomberos, que ya sólo sirve para enseñárselo a los turistas.
Por fin llegamos al momento zen del día y dejamos atrás a nuestra veterana amiga.
- Caminen por el camino de hormigón gris y sientan la emoción de entrar en el edificio. Observen la maestría de poner una pared para que nos concentremos al entrar, y sólo pensemos en la reunión que vamos a mantener.
Entramos en el búnker de uno en uno. Nuestra emocionada guía nos explica los secretos que los encofradores dejaron crípticamente expuestos en las paredes.
- Observen cómo se repite el número cuatro. Si lo dicen en japonés, estarán llamando al silencio.
Algunos esperamos a que el resto del grupo encuentre su sintonía con la madre naturaleza y con la carretera nacional que pasa delante, hasta que por fin salimos de esa orgía de serenidad y talento tranquilo.
Por la tarde nos da tiempo de dar un primer paseo de avanzadilla por Basilea, que mañana completaremos.
Pues mira que pudiendo ir a la procesión de San Roque, en un día tan señalado...
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