Esfuércese y los verá: son los puntitos negro neopreno que se ven justo en la ola, en su afán topanista de subirse en cada ola que, a su entender, les puede devolver contra las rocas de la costa. A cada punto negro de esos les observa una rubia teutona (hay algo de personal no de importanción, este país ha cambiado mucho), junto a una furgoneta llena de más tablas y trajes de esos que llevan en la foto.
La sensación cuando uno los ve, francamente, es de frío aterrador. ¿Qué necesidad habrá de tirarse al agua, vestidos como Costeau pero sin botellas, exponiendo el patinete contra las rocas, con lo bien que se está fuera contemplando la línea del horizonte? Pero si dicen que recorren el mundo buscando la mejor ola, algo de placer debe de hallar, no seremos nosotros quienes pongamos en duda el gozo toponista de las búsquedas abocadas al fracaso. O a volver a la furgoneta con dos trozos de tablas.
El Cotillo tuvo que contentarse con la jornada de descanso de la maratón gastronómica. Programa doble de bocata: jamón con queso, lo que en Madrid dirían mixto, y atún con tomate, dos clásicos para una playa de bandera, con su chiringuito a la altura de las circunstancias. Dense prisa, alguien ha empezado a dibujar calles detrás de las dunas, parece que cabe más gente, a parte del inevitable ingeniero alemán, enamorado de las energías alternativas.
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