La verdad es que fue un error abandonar la competición de papas arrugadas y substituirla por la de atracones en lugares remotos. La mecánica del concurso es sencillo, tanto como dilapidar la paga extra de Navidad: váyase al punto más remoto que conozca de una isla semidesierta, Fuerteventura por ejemplo, y póngase como el Quico, a golpe de calamar gigante jurásico o pescadito frito de dimensiones radiactivas. Todo, eso sí, rehogado con vino blanco de la casa (nos sirve que la casa esté en Lanzarote, incluso en el Penedés, gracias al incansable señor Torres, patrocinador no oficial del concurso), y con las susodichas papas arrugás, que a estas alturas del campeonato no sirve, claramente, para fundamentar una competición mundial que se precie.
La Boa Constrictor se fuma un cigarrito, impresionada por la mar océana, pide un café (lo sentimos, manifiestamente mejorable), y espera que el benévolo sol de media tarde que luce en las islas en estos días de finales de diciembre, eche una mano con la digestión.
De momento, entre Los Pescadores y El Caletón, este último en la misma puntita de la isla, en la Península de Jandía, se lo están poniendo realmente difícil a los jueces, como los paisajes del fin del mundo que nos ponen para la sobremesa.
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