El rodaje se acerca a su fin. Hoy, cita con el chapapote amazónico. Quizás debiéramos decir monzónico, porque a las primeras de cambio el cielo cae sobre nosotros. Nos adentramos en la espesura selvática, luchando contra el barro y nuestra botas de hule, que se quedan clavadas a cada paso. Se huele la epopeya, avanzamos difícilmente, las lianas nos miran mal y recibimos ataques de todo tipo de pinchos e insectos.
Por fin llegamos al punto donde meses atrás se produjo el derrame de crudo:
-¿Sienten el olor? Lástima que el tufo a petróleo no se pueda filmar. Desafortunadamente, toda esta agua ya se ha encargado de limpiar, aunque aún quedan restos.
Efectivamente, ya sólo se ven ligeramente los restos del crimen, pero el cadáver ha sido levantado y a penas quedan evidencias. Los cámaras luchan contra la lluvia y se revuelven en sus chubasqueros para no perder el equipo en esta última batalla.
De regreso, aprovechamos uno de esos mecheros que calientan la inmensidad para secar algo nuestra ropa, y continuamos camino adelante. Una sopa de gallina criolla nos espera en casa de la mamá doña Ovidia, nuestro sherpa en esta travesía, impasible a la lluvia y a los toboganes de lodo.
Más adelante, la seguridad petrolera no pierde el tiempo y nos expulsa del medio de la carretera, no vaya a ser que filmemos demasiado los tubos que conducen el petróleo y se rompan. Y para acabar el toxitour, Don Aveiga nos cuenta en su finca qué pasa cuando durante 19 años riegan con petróleo tu finca. Ahora tiene una fuente por donde mana un chapapote, que sólo le sirve para que cada vez le duela la cabeza más a él y a su familia, además de acabar con todas sus gallinas.
Cuando alguien les ofrezca 8 dólares por explotar veinte años su finca sacando petróleo, desconfíe. Probablemente no sea trigo limpio, ni lo vaya a limpiar nunca.
Por fin llegamos al punto donde meses atrás se produjo el derrame de crudo:
-¿Sienten el olor? Lástima que el tufo a petróleo no se pueda filmar. Desafortunadamente, toda esta agua ya se ha encargado de limpiar, aunque aún quedan restos.
Efectivamente, ya sólo se ven ligeramente los restos del crimen, pero el cadáver ha sido levantado y a penas quedan evidencias. Los cámaras luchan contra la lluvia y se revuelven en sus chubasqueros para no perder el equipo en esta última batalla.
De regreso, aprovechamos uno de esos mecheros que calientan la inmensidad para secar algo nuestra ropa, y continuamos camino adelante. Una sopa de gallina criolla nos espera en casa de la mamá doña Ovidia, nuestro sherpa en esta travesía, impasible a la lluvia y a los toboganes de lodo.
Más adelante, la seguridad petrolera no pierde el tiempo y nos expulsa del medio de la carretera, no vaya a ser que filmemos demasiado los tubos que conducen el petróleo y se rompan. Y para acabar el toxitour, Don Aveiga nos cuenta en su finca qué pasa cuando durante 19 años riegan con petróleo tu finca. Ahora tiene una fuente por donde mana un chapapote, que sólo le sirve para que cada vez le duela la cabeza más a él y a su familia, además de acabar con todas sus gallinas.
Cuando alguien les ofrezca 8 dólares por explotar veinte años su finca sacando petróleo, desconfíe. Probablemente no sea trigo limpio, ni lo vaya a limpiar nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario