Alto. Tiempo. Nos merecemos un descanso, es sábado, también en el far-west. Averiguamos cuál es el atractivo turístico más cercano al Coca, negociamos con un flamante taxi 4x4 (que igual nos toma el pelo) y para allá nos vamos. Con nuestro bañador en la mochila de las excursiones, nos presentamos en la puerta del parque jurásico local. Una enorme puerta, jalonada con dos torres inspiradas en la arquitectura indígena popular, nos da la bienvenida. Nos adentramos en el bosque antediluvianos, apocados por las dimensiones de la floresta.
La comunidad ha instalado un emprendimiento de turismo, de esos donde no hay carta porque sólo hay un plato y una bebida. Al fondo está la casacada, solitaria, donde nos sumergimos. Aceptamos espuma de materia orgánica de la selva flotando en la superficie en la amplia definición de aguas prístinas, después de haber removido toneladas de chapapote no nos vamos a poner finos. Por supuesto, justo cuando nos metemos en el agua, llega toda la barra local, con sus meriendas, que despliegan al lado del cartel que reza "Prohibido bajas comida a la cascada".
Una vez refrescados, disfrutamos esa tilapia sudadita, que no es otra cosa que pescado al papillot, versión local. Nos abstraemos del sonido ronco y continuo del generador eléctrico a diesel, que tampoco se siente interpelado por el cartel de "No hagan ruido, disfruten de la tranquilidad de la naturaleza" que hay justo a la entrada. Decidimos volver, deshaciendo el camino de ripio.
En el cruce con la carretera, donde se supone que tenemos que tomar el bus que nos devuelva al Coca, nos encontramos a una paisana que nos informa sobre la situación logística:
- El próximo pasa a las 17.00h. Pero se pueden venir en taxi conmigo.
Nos ponemos en mode paciencia, esperando ese taxi. Al rato viene, como una aparición mariana, y subimos a él justo antes de que se reanude el diluvio del día anterior. Nos da tiempo de llegar a la ciudad y abordar la última entrevista, desde el puente viejo y a golpe de cumbia, gracias al festival folclórico con el que el Coca parece querer decirnos adiós.
Mañana volvemos a la capital, con una buena colección de imágenes y palabras en la maleta.
La comunidad ha instalado un emprendimiento de turismo, de esos donde no hay carta porque sólo hay un plato y una bebida. Al fondo está la casacada, solitaria, donde nos sumergimos. Aceptamos espuma de materia orgánica de la selva flotando en la superficie en la amplia definición de aguas prístinas, después de haber removido toneladas de chapapote no nos vamos a poner finos. Por supuesto, justo cuando nos metemos en el agua, llega toda la barra local, con sus meriendas, que despliegan al lado del cartel que reza "Prohibido bajas comida a la cascada".
Una vez refrescados, disfrutamos esa tilapia sudadita, que no es otra cosa que pescado al papillot, versión local. Nos abstraemos del sonido ronco y continuo del generador eléctrico a diesel, que tampoco se siente interpelado por el cartel de "No hagan ruido, disfruten de la tranquilidad de la naturaleza" que hay justo a la entrada. Decidimos volver, deshaciendo el camino de ripio.
En el cruce con la carretera, donde se supone que tenemos que tomar el bus que nos devuelva al Coca, nos encontramos a una paisana que nos informa sobre la situación logística:
- El próximo pasa a las 17.00h. Pero se pueden venir en taxi conmigo.
Nos ponemos en mode paciencia, esperando ese taxi. Al rato viene, como una aparición mariana, y subimos a él justo antes de que se reanude el diluvio del día anterior. Nos da tiempo de llegar a la ciudad y abordar la última entrevista, desde el puente viejo y a golpe de cumbia, gracias al festival folclórico con el que el Coca parece querer decirnos adiós.
Mañana volvemos a la capital, con una buena colección de imágenes y palabras en la maleta.