Por fin rompimos el círculo gastroetílico alrededor de la mesa y pudimos salir al espacio exterior. El día del Patrón de España, nos dirigimos a ver una de las maravillas construidas por el Caudillo de todas las España, en su apogeo inauguratorio. Según reza en la placa conmemorativa, en el año 66 se dio una vuelta por aquí, imaginamos que después de dar el visto bueno a algún pantano, y quedó bendecida esta maravilla de la tecnología patria: el funicular de Fuente Dé.
Sin miedo a las hordas de turistas, nos lanzamos a adquirir nuestro lugar en la primera cesta que saliera, sin miedo a las alturas, iluminados por el buen tiempo que hacía. Algún mecanismo se activó, justo después de que el ingeniero metido a taquillero comprobara la validez de nuestra VISA, de manera que la galerna del Cantábrico nos trajo lo bueno y lo mejor de su repertorio en nubes. Automático, esto si que es eficiencia topanista: pague usted 45 pavos por tres minutos de ascensor con vistas para toda la familia, y en treinta segundos se convertirá en un paseo entre algodones y bajará ocho grados la temperatura.
Una vez arriba, habiendo dejado las cómodas mesas de pic-nic atrás, nervios para encontrar un peñasco donde comerse el bocata. Ataque caprino y huida al monte, peñas arriba, hasta dar con un refugio de solera neanderthal, donde dimos cuenta de los víveres.
-¿Un cafecito en el refugio?Seguro que está ahí a la vuelta.
Dos kilómetros después paró la lluvia que nos asaltó en medio del camino, y salió el sol justo cuando entrábamos en la cafetería. De bajada, afortunadamente, el dios de la montaña se apiadó de nosotros, o eso pensábamos.
- ¿Que te has dejado el móvil dónde?
El paisano se comunicó con su paisano al cargo de las cabinas de 800 metros más arriba. Allí estaba el teléfono, seguía contemplando el atardecer, con juego de rayos y centellas incorporado.
Colgado de un hilo, bajó en la última cesta y conseguimos reagrupar a toda la familia para seguir nuestro periplo.
Sin miedo a las hordas de turistas, nos lanzamos a adquirir nuestro lugar en la primera cesta que saliera, sin miedo a las alturas, iluminados por el buen tiempo que hacía. Algún mecanismo se activó, justo después de que el ingeniero metido a taquillero comprobara la validez de nuestra VISA, de manera que la galerna del Cantábrico nos trajo lo bueno y lo mejor de su repertorio en nubes. Automático, esto si que es eficiencia topanista: pague usted 45 pavos por tres minutos de ascensor con vistas para toda la familia, y en treinta segundos se convertirá en un paseo entre algodones y bajará ocho grados la temperatura.
Una vez arriba, habiendo dejado las cómodas mesas de pic-nic atrás, nervios para encontrar un peñasco donde comerse el bocata. Ataque caprino y huida al monte, peñas arriba, hasta dar con un refugio de solera neanderthal, donde dimos cuenta de los víveres.
-¿Un cafecito en el refugio?Seguro que está ahí a la vuelta.
Dos kilómetros después paró la lluvia que nos asaltó en medio del camino, y salió el sol justo cuando entrábamos en la cafetería. De bajada, afortunadamente, el dios de la montaña se apiadó de nosotros, o eso pensábamos.
- ¿Que te has dejado el móvil dónde?
El paisano se comunicó con su paisano al cargo de las cabinas de 800 metros más arriba. Allí estaba el teléfono, seguía contemplando el atardecer, con juego de rayos y centellas incorporado.
Colgado de un hilo, bajó en la última cesta y conseguimos reagrupar a toda la familia para seguir nuestro periplo.
Capítulo con pequeña dosis de terror: "-¿Que te has dejado el móvil dónde?", 1se me han puesto los pelos como escarpias cuando he llegado a esa frase! En fin, me he tranquilizado cuando he visto que el episodio ha acabado bien, ¡uf!
ResponderEliminarA recuperarse del susto y buena continuación de viaje, expedición topanista.
Juana