Empezamos aquí una serie dedicada a nuestros personajes caboverdianos preferidos, inaugurando también el relato de una aventura que nadie sabe hasta dónde llevará, de nuevo en África, las tribulaciones topanistas. Sí, después de un oscuro período de silencio, volvemos a la carga, otra vez tocando el paralelo 15 norte.
De Adérito sabemos poco. Algunas epístolas electrónicas, una llamada en medio de uno de aquellos balnearios que frecuentaba Goethe, aprovechando una generosa red de wi-fi. Lo justo para confirmar que el apartamento en el condominio 'Ondas do Mar', está a nuestra disposición. Todo gracias a que el que iba a ser el jefe de la misión en ultramar a la que nos han destinado, abandona el barco, y nos cede el nido, con piscina incluida. Adérito es considerado, eso sí, nos manda a su mano derecho en la isla, Nelson, que después de algunas llamadas nada más llegados al aeropuerto Nelson (también) Mandela, logra localizarnos. Adérito no está en el país, anda por Lisboa por negocios, de lo que deducimos que es una persona muy ocupada y de cierta relevancia.
Nelson nos conduce, con su colega discotequero de copiloto ('el jefe me ha mandado a buscar a esta gente y me tienes que acompañar, cúrratelo, bien que te llevo yo siempre a casa por la noche'), por la carretera que rodea la bahía hasta el condominio. El Ondas do Mar sería el ejemplar típico en Lloret de Mar, pero con aquellos detalles propios de la arquitectura africana que hacen inconfundible a los edificios de más de una planta del continente: pasillos desproporcionados, por los que puede desfilar un pelotón de a ocho, ascensores que se paran entre piso y piso, balcones para bailar que no miran a ninguna parte, persianas que nadie recuerda cuándo se estropearon, repertorio de muebles con volutas Luis XIV junto a IKEA y otros rollo rústico. Y claro, bienvenida de cucarachas y eternos apagones. Con el apagón se va la luz, todo por el mismo precio, que Adérito, un tipo que sabe negociar, no acepta rebajar ni un escudo, en medio de una violenta discusión en la campiña germánica. Existe también la versión 'ha vuelto la luz pero se ha jodido la bomba y no hay agua, y no sabemos ni quién ni cuándo la reparará'. Y no le pregunten al guardia, sigue durmiendo desde ayer en su garita, desnucado.
Si fuera por Adérito, un tipo previsor, que nos ha dejado 10 juegos de toallas y sábanas de su abuela, tendríamos un generador como el chill-out sushi-bar de la esquina, pero eso ya no dependen de él, sino del condominio. Algún día saldrá de las sombras, esperemos que nosotros también, y le conoceremos.
De Adérito sabemos poco. Algunas epístolas electrónicas, una llamada en medio de uno de aquellos balnearios que frecuentaba Goethe, aprovechando una generosa red de wi-fi. Lo justo para confirmar que el apartamento en el condominio 'Ondas do Mar', está a nuestra disposición. Todo gracias a que el que iba a ser el jefe de la misión en ultramar a la que nos han destinado, abandona el barco, y nos cede el nido, con piscina incluida. Adérito es considerado, eso sí, nos manda a su mano derecho en la isla, Nelson, que después de algunas llamadas nada más llegados al aeropuerto Nelson (también) Mandela, logra localizarnos. Adérito no está en el país, anda por Lisboa por negocios, de lo que deducimos que es una persona muy ocupada y de cierta relevancia.
Nelson nos conduce, con su colega discotequero de copiloto ('el jefe me ha mandado a buscar a esta gente y me tienes que acompañar, cúrratelo, bien que te llevo yo siempre a casa por la noche'), por la carretera que rodea la bahía hasta el condominio. El Ondas do Mar sería el ejemplar típico en Lloret de Mar, pero con aquellos detalles propios de la arquitectura africana que hacen inconfundible a los edificios de más de una planta del continente: pasillos desproporcionados, por los que puede desfilar un pelotón de a ocho, ascensores que se paran entre piso y piso, balcones para bailar que no miran a ninguna parte, persianas que nadie recuerda cuándo se estropearon, repertorio de muebles con volutas Luis XIV junto a IKEA y otros rollo rústico. Y claro, bienvenida de cucarachas y eternos apagones. Con el apagón se va la luz, todo por el mismo precio, que Adérito, un tipo que sabe negociar, no acepta rebajar ni un escudo, en medio de una violenta discusión en la campiña germánica. Existe también la versión 'ha vuelto la luz pero se ha jodido la bomba y no hay agua, y no sabemos ni quién ni cuándo la reparará'. Y no le pregunten al guardia, sigue durmiendo desde ayer en su garita, desnucado.
Si fuera por Adérito, un tipo previsor, que nos ha dejado 10 juegos de toallas y sábanas de su abuela, tendríamos un generador como el chill-out sushi-bar de la esquina, pero eso ya no dependen de él, sino del condominio. Algún día saldrá de las sombras, esperemos que nosotros también, y le conoceremos.
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