Jamileth, con su rutilante melena caoba y su vestido de gala televisiva, surgió de un rincón, segura de su misión ante el impaciente público del Hotel Terraza, que ya coreaba su nombre:
- Doctor, así como cuando salvó a nuestra capital le dediqué esta canción, hoy quiero volver a dedicársela. Necesitamos que vuelva a salvar, en esta ocasión, nuestra amada patria.
Agarró el micrófono y entró perfecta en el play-back preparado por el staff del candidato, quien decidió observar con las pocas fuerzas que la lucha durante ocho meses contra el comunismo internacional le había dejado. Seguro que en ese momento evocaba a otros próceres como él, encargados de iluminar a sus compatriotas en difíciles momentos como este, tomando entre sus mandos la antorcha de la libertad.
Seguramente, no más de cuatro compases después de que Jamileth enfrentara su gentil tributo, hubiera tomado una aspirina antes que cualquier glorificadora tea, para combatir el dolor de cabeza, pero ya no había vuelta atrás. Los hombres de Estado deben ser así.
Había costado llegar a nuestro hombre, pero ya le teníamos en cuadro. Toda una mañana oteando la ciudad desde atalayas de cinco estrellas, localizando un set de entrevistas con vistas y solucionando nuestro particular sudoku que nos permitiera estar en todas partes a la vez. Gracias a Rogelio, becario en un bar de tapas franquiciado en Barcelona, conseguimos dar rápidamente con el mejor lugar para entrevistar a nuestro reportero guía. El volcán nos ofrecía el mejor escenario y parecía protegernos de todos los peligros, mientras desgranábamos los entresijos de nuestra superproducción. Esta vez no hubo tiempo para bañarse en la piscina del hotel sin pagar, con suerte conseguimos sentarnos ante un lunch ejecutivo y ordenar una agenda que cambiaba con cada llamada telefónica.
Tras la entrevista y el almuerzo, nueva capacitación en el centro de una ciudad tomada por los coches. Nuestro contacto a penas tuvo tiempo para dejarnos en el auditorio y volver a intentar aparcar en la gasolinera al otro lado de la calle. Algunas tomas y hacia el Terraza, sin tiempo que perder para oir la historia de don René, hijo pródigo de Santpedor, descendiente de una casta fundadora de cines y hoteles turísticos, apesadumbrado por el porvenir de la patria.
¡Jamileth, Jamileth! ¡Qué bálsamo para nuestros corazones, qué luz para nuestras dudas en la victoria! Todavía en la piscina del Terraza, ante dos chelas reconfortantes, resonaba tu voz en nuestros oídos y evocábamos tu clarividencia y respeto ante los héroes de la patria.
- Doctor, así como cuando salvó a nuestra capital le dediqué esta canción, hoy quiero volver a dedicársela. Necesitamos que vuelva a salvar, en esta ocasión, nuestra amada patria.
Agarró el micrófono y entró perfecta en el play-back preparado por el staff del candidato, quien decidió observar con las pocas fuerzas que la lucha durante ocho meses contra el comunismo internacional le había dejado. Seguro que en ese momento evocaba a otros próceres como él, encargados de iluminar a sus compatriotas en difíciles momentos como este, tomando entre sus mandos la antorcha de la libertad.
Seguramente, no más de cuatro compases después de que Jamileth enfrentara su gentil tributo, hubiera tomado una aspirina antes que cualquier glorificadora tea, para combatir el dolor de cabeza, pero ya no había vuelta atrás. Los hombres de Estado deben ser así.
Había costado llegar a nuestro hombre, pero ya le teníamos en cuadro. Toda una mañana oteando la ciudad desde atalayas de cinco estrellas, localizando un set de entrevistas con vistas y solucionando nuestro particular sudoku que nos permitiera estar en todas partes a la vez. Gracias a Rogelio, becario en un bar de tapas franquiciado en Barcelona, conseguimos dar rápidamente con el mejor lugar para entrevistar a nuestro reportero guía. El volcán nos ofrecía el mejor escenario y parecía protegernos de todos los peligros, mientras desgranábamos los entresijos de nuestra superproducción. Esta vez no hubo tiempo para bañarse en la piscina del hotel sin pagar, con suerte conseguimos sentarnos ante un lunch ejecutivo y ordenar una agenda que cambiaba con cada llamada telefónica.
Tras la entrevista y el almuerzo, nueva capacitación en el centro de una ciudad tomada por los coches. Nuestro contacto a penas tuvo tiempo para dejarnos en el auditorio y volver a intentar aparcar en la gasolinera al otro lado de la calle. Algunas tomas y hacia el Terraza, sin tiempo que perder para oir la historia de don René, hijo pródigo de Santpedor, descendiente de una casta fundadora de cines y hoteles turísticos, apesadumbrado por el porvenir de la patria.
¡Jamileth, Jamileth! ¡Qué bálsamo para nuestros corazones, qué luz para nuestras dudas en la victoria! Todavía en la piscina del Terraza, ante dos chelas reconfortantes, resonaba tu voz en nuestros oídos y evocábamos tu clarividencia y respeto ante los héroes de la patria.