Allí, casi al final de todo, si uno agudiza la vista y se sube a una montaña un día despejado, se puede ver Georgia. Justo al otro lado del mar, es donde van a parar los cubitos y los rastrillos, alpargatas y gafas de bucear, el periódico del domingo acabado de comprar y la toalla nueva, cuando sube la marea en la playa y estamos mirando para otro lado. Si nos echáramos a nadar en la playa, yendo siempre hacia el este, nunca pasaríamos de Georgia, no hay verdad más inmutable.
De momento iremos volando hasta Estambul.
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