Ah, ¡la bienale!
¡Qué derroche de imaginación! No sé qué me impresionó más, si el cadaver flotando en la piscina (¿sería el comisario de algún pabellón?) o la iglesia con un cubo de cintas VHS (homenaje al monolito de Una Odisea en el Espacio), o las botes salvavidas parlantes (algo perjudicados por las cagadas de la colonia veneciana de palomas). O Quizás el revival de los carteles de cine malayos, la gran promesa blanca de extremo oriente, por no hablar del redescubrimiento del neón: cómprense algún tallercito de ensablaje de tubos de neón para anuncios si quieren capear la crisis, que la cosa promete.
No. Yo creo que lo mejor fue ese encuentro artístico de Gustavson y Johanson, intimista a la par que grandioso. Eso sí que son dos artistas a los que les sobra el público, una protesta contra la masificación cultural y la pérdida de valores de nuestro tiempo. Otros dicen, en una lectura política, que es una postura profundamente comprometida con el cambio climático.
Juzguen ustedes si no es lo mejor de la bienale. ¿Para cuándo la próxima gala benéfica de estas dos estrellas del rock boreal?
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