
Pues sí, Johny, estudiante o doctorando en arquitectura utópica por la universidad de Wisconsin, es un tipo que ustedes lo habrán visto más de una vez, caminando en soledad por carreteras que no van a ninguna parte, normalmente bastante empinadas y bajo un sol de justicia o el más implacable de los temporales. Su novia Rosemary le ha dicho que el amor es muy bonito, pero que no piensa gastarse todos sus ahorros en emprender un largo viaje a Europa, comiendo kebabs todos los días y durmiendo en hostales de esos con literas y música de Bob Marley, donde todo el mundo forma parte de la gran y única familia mundial (ver anteriores capítulos de las tribulaciones de Laslo Topanich). Total, para ver a los tótems de la arquitectura moderna y sus deliciros en hormigón.
Los hay dotados con cinta métrica, capaces de remedir y comprobar las dimensiones de edificios enteros, y hacer una tesis con las ondulaciones de los encofrados y su relación con las frecuencias de los campos magnéticos de la Tierra. Los hay que vienen del Japón, aunque estos consiguen arrastrar a su Satoko del amor, y compartir tan felices momentos de plenitud artística con una mochila de 50 Kg a la espalda.

Todo lo que Le Corbusier no previó y otros Johnies filmarán no dentro de muchos años, si es que no se pierden por esos caminos de Dios.