jueves, 26 de agosto de 2010

Grapefruit en el Jardín del Edén


Si buscais en el séptimo libro de Mustafá, en la última entrada, com si fuera un bíblico blog, podréis leer la entrada del día de hoy:
"Nunca en la vida hubieramos podido imaginar comer un pomelo como este, tan bueno y generoso como tú y los valles en los que vives. Ojalá se mantenga todo así diez mil años más, por lo menos".

Como en el Monte Ararat, nos hicimos cargo rápidamente de la leyenda. Lo peor que le podía pasar a Adán, hace esos miles de años, es que le expulsaran de ese jardín de caminos que se bifurcan, como dirían aquel, a vagar por el erial polvoriento que se extiende lejos de las huertas y las recónditas cuevas de los valles de Göreme. El Edén era tan sencillo como eso, una huerta llena de manzanos y viñas, de membrillos y moras, al alcance de la mano, y lo demás, el mundo exterior, el páramo inhóspito.
Por suerte no nos perdimos ni quedamos los suficientemente anodados como para no encontrar el final de nuestra ruta, a pesar de las colmenas labradas en la piedra de arenisca ni las torres coronadas por huevos prehistóricos, como diría el otro.

Allí estaba Mustafá, que debe de formar parte ya del paisaje, regentando su camping para turistas low cost con familia, a las afueras de Las Ramblas capadócicas en las que se ha convertido el centro de Göreme. Nos hizo firmar en su libro de visitas, como el ángel que guarda el jardín, y nos agasajó con los mejores pomelos que podíamos comer. Los del Edén, por supuesto.

Mañana, seguimos de visita en el Neolítico, nos quedan demasiados rincones como para marcharnos.

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