domingo, 29 de agosto de 2010

Ataque nuclear en Konya


Viendo cómo se quedan las calles de esta populosa ciudad, con su tranvía soviético setentero, uno se hace la idea de cómo debe ser un ataque nuclear. Todo el mundo contando los minutos y segundos, ante su plato de ensalada y sus canapés. Los restaurantes abarrotados, las tiendas cerrando, las panaderías no dan abasto sacando adelante a cuatro manos su producción de pidesi, las pizzas locales. El fin del mundo, vamos.
Por fin, como en Trabzon, el cantaor de turno se arranca por soleares, megáfono en minarete, y se desata la euforia gastronómica. Todo vuelve a funcionar, como con el tres en uno. Nuestro entrañable tranvía vuelve a llenarse de gente para transportarla a la otogar, a catorce kilómetros del centro. Esto sí que es planificar el crecimiento de una ciudad, y lo demás improvisación.

No hay mucho más que contar, hoy ha sido una jornada de transición. Hemos salido a duras penas de Irhala, al vernos incapacer de renunciar a nuestro desayuno de cada día y no poder tomar el primer autobus hacia Aksaray. Y por la tarde apenas hemos contemplado el espectáculo habitual del fin del mundo, el calor pesa a la que bajamos de altitud en estos pagos.

Mañana, haremos algo más de tiempo hasta dirigirnos al aeropuerto, de vuelta a casa. Esperemos que el ataque nuclear no nos dé más dificultades de las habituales.

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