sábado, 14 de agosto de 2010

Cinco no son cincuenta


Cuando Mehmet arrancó su flamante Renault 11, del color de los taxis de Nueva York, y salimos raudos de la plaza principal de Erfelek, adonde nos había llevado el dolmush desde Sinop, empezamos a hacer cuentas. Habíamos aceptado sin pestañear el transporte hasta las cataratas por cinco liras turcas, pero los números no nos salían. En un momento de lucidez, descontando los dos çays a los que nos había invitado en el club social de taxistas y transportistas de todo pelaje, Mehmet no le ganaba al viaje más que compartir un rato con nosotros y perder de vista la plaza por el resto día, en la que empezaba a hacer un calor atroz.
- Pero cinco es cinco, sobre todo si te enseñan los cinco dedos de la mano, ¿no?
- Sí, pero me parece que cincuenta se dice bastante parecido. Cinco es beç y cincuenta beç on.
Evidentemente, era beç on. Sobre todo cuando al té le añadió tres deliciosos briox, que devoramos, ya entregados a la evidencia, en el sitio paradisíaco al que nos había llevado, y en el que se iba a pasar toda la mañana, discutiendo con el tipo que atendía el inevitable chiringuito sobre los últimos y controvertidos fichajes del Beçiktas turco. Las cataratas, las 28 cataratas de Erfelek nos esperaban, montaña arriba, y hacia ellas nos dirijimos, sin que la pérdida de un par de Chirucas en el equipaje retendio por Mr. Vueling nos amedrentara en absoluto.
Subimos hasta una aldea en lo alto de la montaña, para comprobar el inaudito parecido entre Turquía y Galicia. Por los hórreos pero también por el espíritu o duendecillo del bosque que encontramos, Eliah, que nos sirvió una fanta y luego un çay en su chill out oculto entre las catarata 25 y 24. Como dicen las películas, también en las turcas, no intente hacer esto por su cuenta, seguramente dará con sus huesos en el fondo de alguna catarata, y probablemente Eliah fuera una invención de nuestras sedientas gargantas.
De vuelta, nos entregamos a los placeres culinarios de Erfelek. 5 no son 50, tampoco para la comida, y al igual que el rincón que los erfelekianos habían sabido conservar durante generaciones se los valía, los platillos que nos ofrecieron devolvieron al bocata de caballa a su verdadera y humilde dimensión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario