sábado, 28 de agosto de 2010

Down in the river


Pepi, te lo dije, fue una mala idea poner el tresillo en el jardín. Sabía que a la que nuestra vecina Manolita se pusiera a regar los geranios, se liaría una así. Mira cómo nos ha dejado la terraza, a ver cómo quitamos estas humedades. Y ya me explicarás, los muebles de IKEA no nos llegan ni a Navidad, a ver quien se los trae desde Ankara en el dolmush, como si fuera tan fácil.

El cañón de Ihrala es como el del Colorado pero algo más civilizados, con su alfombra de césped, sus papeleras, sus salones de té, aunque a alguna se le haya ido la mano buscando el frescor de las aguas. Una delicia turca, en medio del páramo que ya hemos relatado varias veces. Algo con clase, vaya, donde tienes que abonar la preceptiva entrada, ineludible si no tienes habilidades caprinas para saltarse el puesto de control, justo pasado el puente de la carretera que lleva a Aksaray. Resulta chocante pagar para entrar en el campo, no sé adónde vamos a llegar con esto de la integración europea en Turquía.
A medio camino, hemos devorado el ya tradicional melón, rodeados por la compañía municipal de patos, en su hora de descanso. Está todo previsto y calculado, usted se sentirá con un pequeño Pachá en los salones instalados a ras de agua, degustando uno de esos desconocidos vinos capadocios, a 20 euros la botella.
Río arriba, hemos seguido con el inventario de iglesias devastadas por la gravedad, en un recuento sin fin de fachadas desplomadas y de frescos en fase de descomposición. Seguro que quien se dedicaba a robarles el rostro a todos los ángeles y querubines del cielo, ni siquiera había pagados las cinco liras al cowboy que protegía el flanco norte, qué desastre.

Ya en Ihrala, en lo que viene siendo el donwtown, nos hemos dado un pequeño homenaje truchero. Nos lo merecíamos después de haber concluído otra etapa de montaña, y río, claro. Mañana, camino de Konya, día de transición, penúltimo en nuestro periplo.

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